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El sillón z de la Real Academia

Ricardo Bada
08 de diciembre de 2011 - 11:00 p. m.

El sillón Z de la Real Academia de la Lengua seguía vacante desde que en noviembre de 2009 falleció Francisco Ayala.

Tres intentos hubo de encontrarle sucesor: por fin, en días pasados, los 43 académicos en activo eligieron para ocuparlo al actor y director teatral José Luis Gómez. Registré con curiosidad etológica las reacciones de los lectores a la crónica ad hoc aparecida en El País, de Madrid. Fueron de lo más variopinto: desde quien dijo que en la Academia ya sólo falta un futbolista, hasta quien se encrespaba por el temor de que el próximo elegido fuese un camarógrafo, como Néstor Almendros, olvidando (o no sabiendo) que murió en 1992. Este mismo comentarista indocumentado argüía que JLG ni siquiera es director de teatro, lo que indica que no sabe de quién estaba hablando, porque JLG es el más innovador que ha dado España desde la guerra civil.

No faltó la voz clamando que era una vergüenza, otra vez un académico que ni siquiera es filólogo o lingüista: “de nuevo la RALE haciendo de circo”. Ni tampoco faltó quien ironizaba que se eligió académico a un actor el mismo día que se otorgaba el Cervantes a un matemático.

Y hubo, faltaría más, quien “hechaba [sic] de menos” a Fernando Fernán Gómez, que también era hactor y fue hacadémico. [Mis haches son de puro solidario con ese analfabeta]. Una lectora, al menos, extrajo la conclusión certísima de que lo peor de este mundo binario es que te enteras de lo que pasa por la cabeza de la gente, ¡”y es ensordecedor”!

O sea, todos parecían olvidar –pero los disculpo, porque se trata de un desnorte bastante acrisolado– que la lengua, como su propio nombre indica, es hablada. El resto, incluida toda la literatura escrita y por escribir, viene bastante después. De manera que el asunto hay que verlo desde el otro lado del espejo: no resulta escandaloso elegir a un actor para ocupar un sillón de la Academia, lo escandaloso es que no sean mayoría dentro de ella los actores y los vendedores callejeros, los cuentacuentos y las verduleras de los mercados. Asistidos, si se quiere, por una selecta minoría de lingüistas y filólogos dedicados a reseñar sus hallazgos, pero eso es todo. He rastreado la historia de la Real buscando un actor en sus anales, y sólo descubrí a Fernán Gómez, quien ingresó en ella no como actor sino como dramaturgo. Aunque, eso sí, se ha dado el caso de algún académico que, ya siéndolo, de repente descubrió su vocación de actor y salió a las tablas: nadie menos que Mario Vargas Llosa.

 

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