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El sitio de Cartagena

Augusto Trujillo Muñoz
07 de noviembre de 2014 - 02:55 a. m.

El alcalde de La Heroica volvió a sitiar la ciudad. No su espacio físico sino su historia.

En 1741 un almirante inglés, de apellido Vernon, sitió a Cartagena de Indias, en medio de una suerte de guerra intermitente que se extendía a lo largo y ancho del mar Caribe. El imperio español, en cuyos dominios no se ponía la luz del sol, comenzaba a decaer mientras el británico conquistaba escalas de ascenso.

Las hostilidades hispano-británicas eran centenarias. Entre 1585 y 1604 se sucedió una guerra entre los dos reinos, que terminó con el Tratado de Londres, favorable a España. En 1588 el rey español Felipe II –que era también rey de Portugal y de los Países Bajos- envió una gigantesca flota para derrocar a la reina Isabel I, neutralizar su visceral política antiespañola y la piratería que estimulaba y financiaba. Aquella flota, conocida como la “armada invencible” colapsó en medio de gigantescas tempestades marinas.

Doscientos sesenta años después el rey inglés Jorge II encarga a Vernon de tomar el puerto español más importante del Caribe y de cortar, en Panamá, la comunicación entre los virreinatos de la Nueva Granada y de Nueva España. Vernon ataca con 186 barcos y 24 mil hombres. La plaza de Cartagena fue defendida por el general Blas de Lezo, quien tenía bajo su mando 6 naves y 3 mil hombres en su mayoría pertenecientes al estado llano cartagenero.

Vernon la vio tan fácil que mandó emisarios a Londres con el parte de victoria, incluso antes de que se produjera. Aquel puñado de hombres cambió la historia inglesa. Su triunfo fue épico, memorable, trascendente. Constituye una de las grandes razones para que los colombianos de hoy conozcamos a Cartagena de Indias como Ciudad Heroica. Eso es lo que se debe enseñar a los niños –en Cartagena y en Colombia- para que crezcan con sentido de dignidad histórica.

El resultado de la batalla pudo ser adverso. De seguro, en ese caso, a ningún británico se le ocurriría hoy aprovechar una visita del presidente de Colombia para develar, en Londres, una placa en memoria de los cartageneros que perdieron la vida –y la batalla- defendiendo la ciudad. Los ingleses tienen el centro de gravedad bien situado.

El alcalde de Cartagena no tiene centro de gravedad. O lo tiene situado afuera. Develar una placa en homenaje a unos invasores forasteros en lugar de cuidar la memoria de unos héroes propios, es una barbaridad. Hacerlo en presencia del príncipe de Gales, descendiente del rey invasor Jorge II, es una afrenta a la memoria de los cartageneros que murieron defendiendo un patrimonio que consideraron sagrado. Tuvieron razones para morir por él. Y ahora el burgomaestre de marras lo festina alegremente.

El protocolo que rodeó la visita del príncipe de Gales a Bogotá fue adulón y zalamero. Un país más serio habría mostrado mayor autoestima. Pero la placa de Cartagena desborda todos los límites de la abyección. Si bien los comentarios de prensa han sido suficientemente claros, vale la pena insistir hasta que aprendamos. Así no se puede gobernar una comunidad. Si no fuera trágico sería cómico. Peor aún: es dramático.

*Ex senador, profesor universitario, @inefable

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