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El terrorista suicida: ¿peligro menor?

Juan Carlos Botero
10 de diciembre de 2010 - 04:09 a. m.

EN DÍAS PASADOS EL PREMIO NOBEL de literatura, Mario Vargas Llosa, publicó un artículo en El País de Madrid sobre el terrorista suicida.

Luego de un repaso histórico a partir de la Segunda Guerra Mundial, el novelista describe cómo surgió este tipo de asesino, y su tesis, que otros han dicho ya, es apocalíptica. Los objetivos del terrorista suicida no son militares y bien cuidados, anota el escritor, sino públicos e indefensos; hoy la tecnología permite que sus armas sean fáciles de portar y ocultar; las democracias son más vulnerables, pues allí el terrorista se mueve y esconde sin dificultad, hasta el instante de detonar su artefacto mortal; por último, su meta no es ganar una guerra sino aterrorizar a la población, y llevar a que las sociedades abiertas recorten las libertades y los derechos que se han conquistado con tanto esfuerzo y dolor. Así, resume, “las democracias van dejando de ser democráticas”.

 Ésta es una visión dramática, un problema ante lo cual poco o nada se puede hacer. Según Vargas Llosa, el terrorista suicida va ganando la guerra, y nosotros, el público inerme, estamos condenados a sufrir el terror en manos de fanáticos que están dispuestos a morir con tal de minar los pilares de la civilización Occidental.

 Fareed Zakaria, en cambio, tiene un análisis distinto. En la batalla contra el terrorismo, se pregunta, ¿estamos más o menos seguros que antes? Su respuesta es contundente: más. Mucho más que antes del 9/11. Y sus razones son varias.

 De un lado, se calcula que Al Qaeda ha pasado de tener unos 20 mil combatientes a menos de 400. La ofensiva en Afganistán, que derrocó el régimen que apoyaba a Bin Laden, permitió destruir sus campamentos, forzando a sus integrantes a huir a las montañas. EE.UU., junto con otros países, ha logrado acosar la organización terrorista, dificultando su acción y, ante todo, cortando los ingresos requeridos para financiar sus campañas terroristas. El resultado es que su objetivo inicial, asestar golpes de gran impacto en territorio gringo, se ha vuelto muy difícil. Y los ataques brutales en Madrid, Bali y Londres, por ejemplo, sólo han enemistado a la población local en contra de su causa y líderes.

 El verdadero peligro de Al Qaeda, dice Zakaria, no era un puñado de ataques terroristas, sino que despertara simpatía por la Yihad (la guerra santa) entre los 1,57 mil millones de musulmanes en el mundo, desatando olas de terror. Eso no ha ocurrido. Más aún, el apoyo a la causa terrorista es cada día menor. En los países musulmanes con elecciones, los partidos asociados al extremismo islámico han tenido un desempeño muy pobre (incluso en Pakistán, que tiene el peor problema de terrorismo en el mundo), y cada vez más sus líderes cívicos y religiosos condenan la violencia de Al Qaeda. No estamos a salvo, dice Zakaria, ni lo estaremos jamás, porque ése es el riesgo de toda sociedad abierta. Es difícil ser terrorista en Corea del Norte, señala. Pero luego del 9/11 el mundo ha frenado su avance: Al Qaeda se ha debilitado, militar y económicamente, y sus divisiones internas han atomizado el comando central. Esto casi nunca se dice en los medios, pero su peligro real se ha reducido, y deberíamos actuar (y escribir) con esa nueva realidad en mente.

 

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