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"El tiempo de Dios"

Lorenzo Madrigal
14 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

Cuando Henrique Capriles, en su desolada y digna alocución de derrota, expresó: “El tiempo de Dios es perfecto”, sugirió muchas cosas, pero, antes que nada, manifestó un sometimiento profundo a los designios divinos.

Cristiano y muy católico se mostró, como en general lo es el pueblo de Venezuela y lo son sus líderes. Basta con haber oído a Chávez, en su alocución desaforada, desde el que llama balcón del pueblo, invocando a la Virgen del Rosario, refiriéndose al Chaparrón —o cordonazo— de San Francisco y pidiéndole a su Cristo, casi diría que bolivariano, que le diera vida.

Pero sin desviarnos de Capriles Radonski, fue emocionante verlo reflexionar sobre los tiempos de Dios. Intemporal y eterno, el ser supremo, para quienes creemos en su existencia, nos instaló entre márgenes temporales. Una vida tenemos, que se puede contar y que se reduce día por día. Es un recurso de consumo, para nada renovable.

En ese tiempo, dice el Eclesiastés, hay momentos oportunos para cada cosa. “Hay un tiempo de sembrar y un tiempo de cosechar”; “un tiempo de nacer y un tiempo de morir”. Y, como los anteriores, son más de diez predicamentos sencillos e inalterables. (Eclesiastés, 3, 1).

Lo van a ver, más temprano que tarde, el tiempo de Dios es perfecto, complementó su pensamiento el candidato derrotado. ¿Qué quiso decir? Hay una velada alusión a Chávez, no me cabe la menor duda. Si éste fallece o deja el mando en los dos primeros años de su nuevo período, deberá llamarse a elecciones.

Habría por lo tanto una nueva oportunidad y Capriles se ha referido de manera discreta a la eventualidad de ese desenlace, dentro de la tremenda expectativa, por lo demás oscura, que el propio dictador populista se encargó de montar.

Y el tiempo de sembrar sí que se cumplió. Dentro de un aparato hermético concebido para el unanimismo popular y en medio del miedo de una población vigilada por comandos intimidantes, pudo el opositor extraer una votación de inconformes, que serían más, muchos más que los registrados en las mesas de votación. Mesas que se acreditaron como ajustadas a una tecnología segura, la que combinó antiguas prácticas, como la tinta y el tarjetón.

El antidiscurso de Capriles, enronquecido, fatigado y falto de sueño, fue, como digo, digno, elocuente y sabio. Qué gran oportunidad tuvo para darnos a conocer la sensatez de un hombre, cuya misión en este su tiempo, era la de sembrar, esperando cosechar más adelante, con el aval de su juventud.

***

Estupendo, graciosísimo, me pareció el video que circula en la Red, del niño que llora con la noticia del triunfo de Chávez. Se dirá que fue manipulado, pero la actuación del pequeño es, sin duda, natural. Símbolo de la desolación de un país y de su juventud atrapada en una sola y única opción política.

 

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