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El último de los humanistas

Arlene B. Tickner
14 de enero de 2013 - 03:50 p. m.

Mi primera columna de 2013 iba a ser sobre la incierta transición en Venezuela y sus implicaciones políticas, económicas y sociales tanto allá como para Colombia.

Sin embargo, hasta que no pase la fecha constitucional para la posesión de Chávez cualquier especulación me parece prematura. Además una triste noticia me cogió lejos y fuera de base. Se trata de la muerte de Guillermo Hoyos.

Nunca fui alumna de Guillermo, aunque por ser el mentor de mi esposo y en su opinión uno de los filósofos más importantes de Colombia, en la casa siempre nos hemos referido a él como el profesor Hoyos. Durante los 20 años que tuve el placer de conocerlo, llegué a considerarlo, junto con su alma gemela Patricia, un gran amigo. También aprendí mucho de su ejemplo.

Las conversaciones con Hoyos siempre intercalaban asuntos mundanos y coyunturales, entre ellos el placer por los viajes o el último escándalo de la vida politica nacional e internacional, con otros más profundos, como el estado de la educación o la crisis de los valores en el capitalismo tardío. Justamente para él lo uno no se podia separar de lo otro, y frente a ambos aplicaba la misma astucia y reflexividad.

Como han argumentado, entre otras, las teóricas políticas Wendy Brown y Martha Nussbaum, el giro neoliberal que inició en los ochenta ha tergiversado el sentido de la educación superior al imponer la corporativización y la hiperespecialización y al establecer como criterios únicos de excelencia el lucro y la formación de profesionales económicamente. Con la globalización las universidades alrededor del mundo, tanto privadas como publicas, han ido adoptando los mismos indicadores, estándares y reglas de juego derivados de este modelo.

Entre los costos más significativos de lo anterior se encuentran el capitalismo académico, es decir, la mercantilización del conocimiento y el debilitamiento de las humanidades. Para Brown y Nussbaum estas últimas son fundamentales para la democracia ya que constituyen el lugar desde donde se cultiva una ciudadananía pensante, competente y capaz de sentir empatía hacia los grupos más vulnerables de la sociedad. Al hacerse añicos la educación humanistica ambas autoras advierten sobre el declive de la democracia, así como el empobrecimiento intelectual, cuyo efecto principal es la incapacidad creciente del capital humano con la que dispone la comunidad global para enfrentar con creatividad los problemas acuciantes del mundo.

Guillermo Hoyos era un humanista – una especie en vía de extinción -- en todo sentido de la palabra. Además de defender la importancia de educar a los colombianos en áreas neurálgicas para el desempeño efectivo de los derechos y deberes ciudadanos también hacía honor al ejercicio de la crítica que debe acompañar la labor de cualquier intelectual genuino. En opinion de autores como Edward Said, éste tiene la obligación de “hablar con la verdad al poder”, lo cual consiste en plantear preguntas incómodas, ser imprudente y políticamente incorrecto y muchas veces ir en contra de las tendencias del presente. El objetivo central de este tipo de pensamiento crítico es incitar a pensar, imaginar y plantear la posibilidad de futuros distintos. De los últimos humanistas como Hoyos, que ejercía esta función con exquisita elegancia y humor, he aprendido que enseñar, más que profesionalizar, es invitar a reflexionar, cuestionar, debatir y ser solidaria.

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