El vagón de la quinta

Columnista invitado EE
21 de abril de 2017 - 05:30 p. m.

Por: Alberto López de Mesa*

Arriba de la plazoleta de la Universidad del Rosario, en el lote esquinero de la carrera quinta con calle 13, hay un vagón de tren. Siempre me pareció extraña la presencia de este aparato en un lugar donde nunca hubo vías férreas. Esta semana, mi amigo Hernán Cortes, tan curioso como yo en las magias de esta ciudad, me presentó a la protagonista de este insólito. Por ella cuento aquí el suceso.

En 1987 la directora de la Casa Comunitaria del barrio Egipto, Beatriz Mariscal, quiso entregar a los niños del sector una biblioteca. Inspirada por su filantropía, se le ocurrió pedir un vagón de tren en la estación de la Sabana, con tan buena suerte que el entonces encargado de Ferrocarriles Nacionales le ofreció, del desaparecido tren del Expreso del Sol, un vagón litera con cinco mesas y treinta puestos, siempre y cuando ella misma consiguiera el modo de llevársela hasta el barrio.

Beatriz, bogotana de armas tomar, se acompañó de quince estudiantes de la Universidad Central y con ellos organizó un bazar para colectar el costo de una grúa que subiera las 20 toneladas del vagón a un doble troque de los que cargan conteiner. Así que, en una excursión animosa, subieron por la Avenida Jiménez hasta la carrera quinta.

Beatriz Mariscal coordinaba todo desde el asiento de copiloto en el furgón. Algunos muchachos trepados en la grúa y otros de a pie con banderines guiaban el tráfico en los semáforos. Voltearon por la estrecha carrera quinta para entrar a La Candelaria y allí les fue imposible continuar.

El alcalde de la localidad propuso descargar el vagón en el lote baldío de la quinta con calle 13, comprometiéndose a pagar el parqueo mientras encontraban la manera de subirlo al barrio Egipto. Pasó el tiempo, cambió la administración y al nuevo alcalde no siguió pagando el parqueadero, así que el dueño del lote procedió a darle un uso productivo a la litera, montó un elegante café, cuyo tinto llegó a ser de los más apreciados en el centro, y fue así como llego incluso hasta las agendas turísticas para extranjeros.

Beatriz Mariscal dice que todas las mañanas al salir de su casa se le escapa una lágrima. Ve su sueño encallado en puerto ajeno y cumpliendo otra función distinta a la que imaginó. Ya crecieron los niños que un día esperaron el biblio-vagón, pero a ellos quiero transmitirles esta hazaña de una bogotana tesonera.    

*Alberto López de Mesa, arquitecto y habitante de calle

 

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