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El vino como alimento

Hugo Sabogal
22 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

Hoy día, la mayoría de los alimentos consumidos por hombres, mujeres y niños detalla todos los insumos incorporados en la composición del producto final, y ya no se concibe un empaque de cereal, pan, leche, pasta o galletas que obvie esos detalles.

En el campo de las bebidas alcohólicas, las fermentadas (como vino y cerveza) y las destiladas (como ginebra, whisky, vodka, ron o aguardiente) estaban al margen de dicha práctica, principalmente debido a la ausencia de regulaciones locales en ese campo. Aparte de la tradicional advertencia de que “el alcohol es perjudicial para la salud” o que “este vino contiene sulfitos” (así como el dato sobre el contenido alcohólico), no había ninguna otra información complementaria. Por lo tanto, la decisión de Diageo seguramente desatará una ola de emulaciones en los cuatro puntos cardinales.

Si hay alguna bebida a la que le vendrá muy bien todo este asunto es al vino. En sus lugares de origen y en los países donde forma parte integral de la cultura local, el vino es considerado como un alimento de la dieta diaria.

Sin embargo, en rincones como el nuestro, donde su consumo es de reciente usanza, se le ha puesto erradamente al lado de alcoholes de mayor potencia (más pensados para momentos de relajación o celebración que para complementar los alimentos). Por eso, en la mayoría de los países vitivinícolas se le ha declarado exento de imposiciones fiscales. Dos casos próximos a nosotros son España y Argentina.

Recuerdo vívidamente un texto del autor y ensayista ibérico Rafael Ansón, presidente de honor de la Academia Internacional de Gastronomía, quien ha señalado las principales razones por las cuales una sociedad debe acoger al vino como fuente de nutrientes y vida saludable.

Dice Ansón:

“Como alimento, el vino tiene una complejidad peculiar, puesto que se trata de una bebida con alcohol que, además de otras sustancias inherentes, contiene vitaminas, minerales, ácidos, aminoácidos, polifenoles antioxidantes y algunos otros nutrientes que el organismo necesita para su correcto funcionamiento”.

Y luego añade:

“El consumo de vino es un acto social y, por lo tanto, hace falta compartirlo para poder disfrutar de toda su complejidad. Porque su disfrute razonable y sensato siempre ha unido más que ha separado, y ha contribuido mucho más a la cordura y la negociación que a acrecentar las tensiones”.

Ansón remata señalando que un consumo controlado, en especial de vino tinto (de dos a cuatro copas los hombres, de una a dos las mujeres, sobre la base de constitución y masa corporal), permite obtener otros beneficios como la prevención de problemas cardíacos, la reducción del colesterol malo (LDL) y el aumento del bueno (HDL), el retraso en la demencia senil y hasta la adquisición de polifenoles anticancerígenos.

Y cuando se extienda la estrategia adoptada por Diageo, también saltará a la vista el factor “calorías por porción”. Es previsible, con base en la información de varias organizaciones internacionales, que el contenido de las mismas sea más o menos como sigue: vino tinto, 125; blanco, 121; espumoso, 84, y Jerez, 75. La cerveza tradicional rondará las 153 calorías (la light, 103), mientras que whisky y el brandy (al ser muy secos) girarán alrededor de 97 y 98, respectivamente.

Lo importante de todo este nuevo esquema es que mientras seamos más conscientes de lo que ingerimos, mejor será nuestra decisión de compra y de consumo. Y estará en nosotros disponer cuándo queremos consumir estas bebidas en función de sus valores saludables y nutritivos o cuándo para matizar solamente los momentos de relajación y divertimento. Y ese será un avance importante para beneficio del individuo y de la colectividad.

 

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