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En honor a la verdad histórica

Rodolfo Arango
15 de enero de 2009 - 12:17 a. m.

UN RECIENTE EDITORIAL DE El Espectador afirmaba que la guerrilla no supo responder al generoso ofrecimiento de paz del gobierno Pastrana.

Esta tesis ha hecho carrera a contrapelo de los hechos históricos. No ha existido desde los acuerdos de paz de los gobiernos de Barco y de César Gaviria voluntad de paz alguna por parte de los grupos en pugna. Hubo sí la intención de sacarle ventaja al enemigo —cosa legítima en un conflicto armado—, pero claramente no una verdadera voluntad de paz.

La guerrilla propinó golpes severos al Ejército a fines de los noventa —toma de Mitú, ataques a las Delicias, Patascoy, El Billar— y avanzó hasta las goteras de Bogotá. La sensación de asedio y de enclaustramiento en las ciudades fue evidente, tanto así que a su liberación se atribuye buena parte del respaldo electoral al presidente Uribe. Lo que muchos no conocen es que por aquella época una comisión del Pentágono de los Estados Unidos visitó a Colombia. Su misión era hacer un estudio sobre el terreno de la correlación de las fuerzas en contienda. La conclusión no pudo ser más sorprendente. Comparado el número de combatientes, el armamento, la localización y otros factores, los expertos concluyeron que, como iban las cosas, ¡la guerrilla se tomaría en cinco años el poder! La lógica recomendación fue hacer una inversión sostenida durante 16 años en el fortalecimiento de las fuerzas armadas para que éstas siquiera tuvieran la capacidad de derrotar a la guerrilla.

Con dicho informe, el recién electo presidente Andrés Pastrana viajó en búsqueda de la ayuda del presidente Clinton, cosa que efectivamente logró. Y surgió así el Plan Colombia (luego Plan Patriota), hecho que Bush y Uribe ahora pretenden minimizar. El apoyo económico de los Estados Unidos para el rearme de las fuerzas institucionales se concretó antes del ofrecimiento de un proceso de paz a la guerrilla de las Farc. Las dos partes entraron así a la mesa de negociaciones con reservas y con una doble intención: jugar a los diálogos de paz, pero aprovechar el receso para prepararse con miras a una confrontación armada de mayor envergadura. Lo que no calculó la guerrilla sería lo que luego se convirtió en el mayor éxito político del gobierno Pastrana: el desprestigio total de las Farc como consecuencia de los abusos cometidos en la extensísima zona de distensión. ¿Entiende usted ahora, señor lector o señora lectora, el gesto de la silla vacía de Tirofijo en la instalación de los diálogos de paz? Ambas partes aceptaron el “tapo” para descansar y rearmarse, pero sólo una de ellas mantuvo la apariencia de buscar la paz. El crecimiento del paramilitarismo a lo largo y ancho del país confirmaba el recelo guerrillero, y los desmanes de las Farc socavaban su legitimidad política. Ambas estrategias válidas en la lógica militar, pero abiertamente contrarias a una verdadera voluntad de paz.

En honor a la verdad, tanto los dirigentes del Estado como los dirigentes guerrilleros de las Farc han sido históricamente inferiores a las exigencias de una paz duradera, la cual exige negociar sin reservas mentales que luego puedan invocarse para reiniciar la guerra. La población, acostumbrada a las soluciones de fuerza y con un pobre entendimiento del significado de vivir bajo la ley, se engolosina con los golpes políticos o militares, así ello signifique el desprecio profundo y la violación sistemática de los derechos humanos, tal y como sucede hoy con los beneficios de libertad a los guerrilleros actores de delitos de lesa humanidad. Mírese, si no, la perversa promesa de Uribe al Mono Jojoy de dejarlo en libertad si suelta a los secuestrados y abandona la guerrilla. En el país se necesita un cambio político —al estilo Obama— para perseguir en serio la paz.

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