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En la fila del supermercado

Paulo Coelho
21 de noviembre de 2007 - 06:06 p. m.

Tengo una amiga norteamericana de mi generación, D.H., que vivió todas las locuras de los años 60 y 70: drogas, sexo, rock and roll y excesos de todo tipo. Aunque aún viste sus ropas de hippie, hoy en día es un ama de casa de bien con la vida, felizmente casada hace muchos años y con hijos ya mayores. Ella consigue (como aún conseguimos todos los que vivimos esa época) distinguir lo extraordinario que se halla en el camino de las personas comunes.

Recientemente, D. estaba en la fila de un supermercado con el carrito lleno de compras, esperando que la mujer que la precedía colocase una cantidad gigantesca de productos en la cinta transportadora de la caja. Todo parecía marchar lentamente ese día: la chica iba registrando cada uno de los productos de la cliente anterior sin prisas, y D., una vez colocada a la vista la famosa plaquita de "próximo cliente", comenzó a vaciar su carrito con toda la calma del mundo.

De repente, la mujer de delante se volvió, irritadísima:

-¡Esta chica no sabe trabajar! ¡Mire lo lenta que es! Si yo fuese usted, entraría en otra fila: ¡llevo aquí una eternidad! ¡Los dueños deberían colocar siempre un cartel bien visible que dijera: "cajera en prácticas"!

Y empezó a quejarse en voz bien alta, para que todo el supermercado la escuchase, del pésimo servicio que estaba padeciendo.

-¡Hace ya media hora que estoy aquí! -gritaba.

D. se dio cuenta de que la mujer tenía razón, pero como ya había colocado allí buena parte de sus compras, no merecía la pena retirarlo todo de nuevo. Como no tenía prisa, comenzó a hacer lo que solía: aprovechar el tiempo de espera para rezar un poco.

Fue entonces cuando se dio cuenta de algo muy importante: incluso en una fila del supermercado, es posible conversar un poco con Dios. D. me contó que comenzó a escuchar algo como "no hagas como los demás, pues ellos están luchando contra el Tiempo Divino. Continúa ahí, aprovecha, examina lo que está sucediendo a tu alrededor, mira los rostros de las otras personas, cosas éstas que casi has dejado de hacer".

Y así lo hizo. Comenzó a sentir una inmensa euforia: ya no se encontraba apenas en una fila de supermercado, sino inmersa en un mundo lleno de colores, gente que conversaba, que compraba, que examinaba los productos, que discutía asuntos irrelevantes... En fin, todo aquello que tenemos delante todos los días, y que no terminamos de entender que forma parte de la naturaleza humana. Por primera vez era consciente del lugar en el que estaba, aunque hacía años que iba a comprar allí. Se fijó en cosas que nunca antes había visto.

D. se sentía cada vez más eufórica. Finalmente, la mujer de delante pagó la cuenta blasfemando, y le tocó el turno de ser atendida. Se preparó para una larga espera, ya que la pobre cajera de prácticas estaba asustada con el comportamiento de la cliente anterior.

En ese momento se aproximó el supervisor de la tienda:

-Es tu hora de comer -le dijo a la cajera-. Debbie te sustituye.

A pesar del escándalo, el supervisor no había visto nada. Aquello ocurría como consecuencia del Tiempo Divino, que también establece la hora de la comida para todos. La chica se levantó y la otra cajera, Debbie, se puso en su lugar. En poco menos de cinco minutos, D. ya había pagado y empaquetado todas sus compras. A la salida, se cruzó con la cliente irritada.

-¡Es usted una mujer de suerte! -dijo ella.

-Es posible. Pero también puede ser que usted haya optado por una actitud negativa, y que esto lo haya prolongado todo. Sin embargo, yo preferí no compartir su impaciencia, y me divertí. ¿Y sabe otra cosa? Nunca me había fijado bien en algo que forma parte de mi realidad. Mi tiempo de espera fue también un tiempo de encuentro con aspectos de mi vida.

www.paulocoelhoblog.com

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