En pocas palabras

Gustavo Páez Escobar
09 de agosto de 2013 - 11:00 p. m.

Espero que cuando esta nota salga publicada, José Jaramillo Mejía haya reconsiderado su decisión de retirarse como columnista de La Crónica del Quindío.

Él se disgustó porque en su artículo de la semana pasada le fue eliminada la frase final. Posición respetable la suya, por supuesto. Pero vale la pena considerar que el periódico, dentro de su nuevo formato, estableció un límite de palabras para sus columnistas, y José, en forma impensada, excedió el espacio. 

Es deseable que mi amigo de las letras continúe deleitándonos con sus amenos escritos. Como el asunto es de palabras, me valgo de la ocasión para traer a cuento las que escribí para la solapa de su libro En pocas palabras (2006):       

En 1980 conocí el primer libro de José Jaramillo Mejía: A mitad de camino, y tres años después leía su segunda obra: ¿Qué hay por ai? Y pasaron 22 años para volver a tener noticia bibliográfica del jovial amigo quindiano, que desde vieja data se encuentra radicado en Manizales, donde ha cumplido una destacada labor cultural, tanto a través de su columna permanente en el diario La Patria, como de diversas expresiones de su inquieta inteligencia.

Su último libro, La vida sonreída, representa, fuera de un grato reencuentro con el dilecto colega de las letras y el periodismo, la ocasión de unir los eslabones distanciados por los azares del tiempo. Y de saber que su creación ha sido perseverante, con ocho obras publicadas. Sus amenas crónicas sobre la vida cotidiana tienen la virtud de pintar el ambiente comarcano con toques de gracia, naturalidad y viveza. De los sitios por donde discurre su existencia saca siempre motivos de reflexión para conjugar los sucesos menudos y transformarlos en paradigmas de la sociedad.

Interpretando la aldea, con sus hechos comunes y sus personajes pintorescos, dibuja el alma universal de los pueblos. Su humor vivencial, que no deja decaer ni en circunstancias adversas y que hace de su literatura un hervidero de ocurrencias sutiles y geniales, es el nervio de toda su producción. Incluso cuando formula discrepancias o censuras, se vale del gracejo y de la sátira mordaz, penetrada de simpatía. Es frecuente hallar en sus páginas filones de filosofía y dardos de jocosidad.

Hasta con la muerte es juguetón. Esto se evidencia en los sorprendentes versos que titula 12 sonetos para leer después de muerto, que hacen parte de su "vida sonreída". Poemas de fino humor, a lo Luis Carlos López, llenos de ironía y encanto. Este cortejo con la parca hace pensar que ni siquiera en el último trance dejará su estilo bromista e ingenioso, que lo salvará de los sinsabores de la despedida final.

escritor@gustavopaezescobar.com

 

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