Notas al vuelo

En primera clase

Gonzalo Silva Rivas
13 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

En el último medio siglo el avión ha sido para el papado un estratégico medio de locomoción que le facilita extender por el mundo su presencia física y su mensaje apostólico. El florecimiento de la aviación lo sustrajo de su largo confinamiento en suelo italiano. Dejó en el recuerdo los viejos tiempos de papas enclaustrados entre las fronteras de Roma, mientras su vocería era delegada en estratégicos representantes externos, previo a la institucionalización de los nuncios pontificios, quienes asumieron la función, luego de que en 1815, durante el Congreso de Viena, adquirieran el rango diplomático de embajadores.  

En interesante ensayo suyo sobre la historia de los vuelos papales que me hace llegar, el exfuncionario de la Aerocivil e investigador Alejandro Rosa Muskus, recuerda que el primer acercamiento de la institución pontificia con el mundo aeronáutico se dio en 1804, cuando Pio VII viajó por tierra hacia Paris para la coronación del emperador Bonaparte. Dentro de las celebraciones se liberaron seis inmensos globos que se dispersaron por el cielo, uno de los cuales llegó hasta Roma, 22 horas después. El Pontífice lo recuperó de las manos de una familia de la nobleza y con la convicción de recibir una señal divina lo exhibió en El Vaticano, de donde finalmente fue donado al Museo de la Fuerza Aérea Italiana.

Desde aquel místico episodio vivido por Pio VII transcurrieron 155 años sin que ningún pontífice saliera de la república vaticana, hasta que por fin Pablo VI, en 1964, decidió abrirse al mundo y aprovechar las recursivas ventajas del transporte aéreo. Abordó por primera vez un avión DC-8 de Alitalia para viajar en peregrinación a la Tierra Santa, y desde entonces la movilidad, a través de un medio seguro, cómodo y veloz, puso a El Vaticano en la órbita de la industria aérea. Los desplazamientos papales para encontrarse con su feligresía en los distintos puntos cardinales del planeta se fueron haciendo progresivos.

Son varias las anécdotas que rescata Rosa Muskus en esta travesía en la que se cruzan la aviación y El Vaticano, como la de ese primer avión DC-8-43, “Leone Pancaldo” de Alitalia, que terminó sus días con registro colombiano. La empresa de carga Arca Colombia lo adquirió a finales de 1976 y tras permanecer estacionado en el aeropuerto de Miami sus piezas terminaron supliendo las necesidades de otros DC-8 de la misma aerolínea.

El Vaticano, pequeño estado de 1.05 km de largo por 0.85 de ancho, carece de aeropuerto y se sirve de los romanos Leonardo da Vinci, para salidas, y Ciampino, para llegadas. Dispone, en cambio, de dos helipuertos, uno para uso oficial y de visitantes de Estado, construido durante el pontificado de Pablo VI, que opera bajo condiciones visuales, y otro en la residencia de Castel Gandolfo para los vuelos de descanso, suspendido por el papa Francisco en 2016.

La primera aeronave que aterrizó, un helicóptero recibido y bendecido por Juan XXIII, lo hizo, sin embargo, en el patio de San Dámaso, en 1959. Se conoció como “Holy One”, se volvió famoso y está en proceso de restauración en un museo aeronáutico en San Diego, California. Ahora, y desde que Benedicto XVI -piloto licenciado- comandaba algunos vuelos cortos, un helicóptero asignado por la Fuerza Aérea Italiana al servicio doméstico del Pontífice frecuenta las cortas pistas vaticanas.

Pese a sumar más de un centenar de vuelos pastorales en las últimas cinco décadas, El Vaticano, contrario a ciertos gobiernos que tienen aeronaves dedicadas exclusivamente al transporte de jefes de Estado, tampoco cuenta con avión propio y utiliza en alquiler los servicios de las líneas comerciales. Alitalia fue por un tiempo la compañía oficial, pero Benedicto XVI abrió las puertas a empresas bandera de los países visitados para servir los viajes de retorno. La circunstancia les ha permitido a los pontífices aprovechar los diversos modelos de aviones del mercado. En 1969, Juan Pablo II utilizó por primera vez una aeronave Concorde -entre la isla francesa de Reunión y la república africana de Zambia-, la misma que años después sufriría fatal accidente en París y precipitaría el fin del gigante supersónico que empezaba a tambalear dentro de su propia crisis.   

La aviación ha contribuido a facilitar la tarea apostólica del papado, permitiéndole llevar de manera rápida y segura su presencia directa a regiones antes impensables. El Vaticano espera volar por encima de la velocidad del sonido -como el nostálgico Concorde-, transportando su mensaje pastoral por los espacios celestiales. Y durante su refrescante visita al país, el papa Francisco comprobó, tanto ser un personaje carismático, bondadoso, reflexivo y de alto vuelo, como que en los tiempos modernos la fe no solo se transporta en avión, sino que viaja en primera clase.

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