¿Qué nos pueden indicar las primeras encuestas de la temporada electoral? No mucho en cuanto a preferencias electorales, pero bastante sobre dos asuntos fundamentales y que no variaran a lo largo del proceso electoral, porque son posiciones propias de los ciudadanos, desde las cuales miraran y analizaran a los distintos candidatos evaluando su personalidad y credibilidad, sus propuestas y apoyos políticos.
El primer asunto se refiere a las condiciones personales que les reclaman los colombianos a los candidatos, que constituyen el primer referente – invariante y personal – para el proceso de descarte y selección de los candidatos, que es el núcleo de la dinámica electoral. Las encuestas permiten perfilar esos requerimientos, que no son sorpresivos pero sí trascendentales, especialmente cuando cerca de dos de cada tres ciudadanos no se identifican con los partidos, y se han transformado en electores independientes que ante todo y por sobre todo evalúan las condiciones de las personas en campaña, a los cuales les reclaman que sean confiables; el promeserismo de los políticos, verdadera plaga en estos tiempos, cayó (¿definitivamente?) en el descrédito total. Los ciudadanos quieren, necesitan volver a creer y eso solo será posible con candidatos honrados y transparentes, que expresen claramente la verdad de sus intenciones y posibilidades y las defiendan con integridad y decisión, sin oportunismos de acomodo para salir ellos bien.
Desconfianza no solo hacia las personas sino también con los partidos y organizaciones, y por ello en la evaluación ciudadana, pesan igualmente los apoyos políticos de los candidatos, al permitir vislumbrar los compromisos que este adquiere. El problema no es que los adquiera pues eso hace parte de la vida social; en política elegir a alguien es finalmente elegir un equipo y… unos compromisos. Lo definitivo es la naturaleza y alcance de esos compromisos; como tantas cosas importantes en la vida, su valoración está siempre condicionada por un depende.
Otra información que ya suministran las encuestas, son los temas/problemas que a juicio del elector son los más relevantes, la corrupción y el empleo. Se trata de una información difícilmente modificable en el proceso electoral, en tanto que surgida de la percepción ciudadana de su realidad; es por eso mismo determinante al momento de escoger candidato.
Dicho lo anterior, quedan dos preguntas con respecto a lo que las encuestas en este inicio de la temporada electoral nos presentan. La primera es si la preferencia de voto tiene alguna validez en un contexto de incertidumbre marcado por un profundo desánimo y escepticismo ciudadano, que el senador Robledo describe muy bien como un país mamado con lo actual, y en donde la confianza en los partidos y en los políticos tradicionales ha descendido a niveles insondables. Parece prematuro avanzar ahí pronósticos que podrían generar falsas expectativas en unos y pesimismo en otros. Lo que sí es un dato cierto, que poco o nada modificará la campaña, es el posicionamiento de los candidatos frente a la opinión, en términos de imagen favorable o desfavorable. Un desfavorable alto es una verdadera piedra de moler al cuello.
La segunda pregunta tiene que ver con sí hay condiciones en la opinión favorables para que las fuerzas uribistas y santistas reediten el escenario electoral de la reelección de Santos, de la polarización entre la guerra y la paz, que ahora sería entre los apoyadores y los críticos al proceso de paz en general y a los acuerdos en particular. Con ello se condenaría al país a seguir en la puja y polarización que nada bueno le ha traído, cerrándole la puerta a la posibilidad de avanzar y transformar, al amarrarnos a un pasado que la mayoría quiere dejar. Una lectura de las encuestas podría darnos una luz de esperanza de que ese propósito electorero fracasará y que podremos, con una dirigencia renovada y un pueblo movilizado avanzar a construir un futuro común posible y a enterrar definitivamente el hacha de la guerra y todo lo que está asociado a ella.