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Entre turbulencias

Gonzalo Silva Rivas
10 de septiembre de 2014 - 03:00 a. m.

Si hay algún costo operativo que más dolores de cabeza les genere a los empresarios de la aviación, y consecuentemente prenda las alarmas sobre un potencial incremento en los pasajes, es aquel que tiene que ver con el combustible.

Los carburantes representan un porcentaje superior al 35 por ciento de los gastos directos de operación de cualquier compañía, y de ahí que el más inesperado sobrecosto amenace siempre con poner entre las cuerdas tanto la rentabilidad como la competitividad de las aerolíneas.

El reciente aumento del cargo por combustible en Eldorado de Bogotá, que pasó de cinco centavos de dólar por galón a 9.15 centavos, como consecuencia de la modernización de su tradicional sistema de distribución, desató la preocupación del gremio de las aerolíneas y abrió la polémica. Mientras la Asociación del Transporte aéreo en Colombia advierte sobre un aumento adicional en las cuentas de gastos de sus asociados por valor de US$21 millones al año, Opaín minimiza su impacto en las contabilidades de las empresas, y la Agencia Nacional de Infraestructura defiende la eficiencia del nuevo sistema de hidrantes alimentado por tubería subterránea, propio de un terminal de primer orden.

Aunque el reemplazo de los tradicionales carrotanques mejora la seguridad en el servicio y, sin duda, marca un avance positivo que va de la mano con la modernización de Eldorado, no hay que perder de vista la delgada línea roja que separa los altos costos de operación con la crisis del transporte aéreo. El combustible, insumo básico producido y distribuido por monopolios empresariales, junto al mismo monopolio de la infraestructura aeronáutica, las tasas aeroportuarias y los retrasos aéreos, son factores que inciden sobre este mercado, y literalmente lo hacen volar dentro de un inusual escenario que algunos expertos denominan de competencia imperfecta.

Los elevados costos operativos les restan competitividad a las aerolíneas y los resultados pueden reflejarse en tiquetes más costosos, reducción de rutas, quiebra de compañías -como ha sucedido con muchas, agobiadas por sus devoradores pasivos-, disminución de pasajeros y, consecuentemente, pérdida de plazas de trabajo. Demoledor suele resultar el impacto socio económico de muchas de las medidas que envuelven a la industria, más aún cuando se toman con espíritu mercantilista y no de servicio público.

Para enfrentar los estragos de la curvatura de precios que se mueve alrededor de los carburantes, y que en ciclos de alza pellizca sus márgenes de rentabilidad, el camino apropiado para las aerolíneas es consumir menos combustible. Cada minuto de vuelo en el mundo representa un gasto por este rubro de US$1.000 millones. El reemplazo de los antiguos y pesados aviones por equipos de alta tecnología, la operación de rutas en trayectos lineales, la reducción de los retrasos en el aire, los carreteos cortos y la alternativa del biocombustible, son algunas de las tantas medidas que tienen a la mano las compañías de aviación para responder al desafío. De lo contrario, la volatilidad de los precios mantendrá a la industria volando entre turbulencias.

gsilvarivas@gmail.com

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