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Equivocaciones ocultas

Eduardo Barajas Sandoval
24 de junio de 2013 - 11:00 p. m.

Hay gobiernos que no pueden resistir la tentación de hacer públicos solamente sus éxitos.

Así, paradójicamente, terminan por ser dignos de sospecha, por la sencilla razón de que no todo suele salir tan bien, ya que tanto la ventura como la desventura normalmente forman parte de las empresas humanas. 

El temor a resultar vinculados a cualquier noticia negativa conduce con frecuencia a que los gobiernos terminen por faltar a su deber elemental de obrar con la mayor transparencia. Entonces, de manera casi instintiva, ellos mismos opacan el horizonte y siembran confusiones que a la larga le hacen daño a todo el mundo, como se advierte más tarde, cuando inevitablemente llega el día de las cuentas. 

Aunque la administración respectiva ya se haya ido, el juicio de la historia es implacable. Por eso, aunque solo fuera por no complicar el rumbo y quedar bien ante la historia, el arte de gobernar exige que la sinceridad sea uno de los mejores servicios que los gobernantes le presten a una nación. Por el contrario, mantener ocultas realidades tristes, y reemplazarlas con inventos de buen recibo, es la mejor fórmula para amontonar los elementos que por un tiempo sostienen las aguas pero más tarde dan paso a las avalanchas que arrasan con todo. 

No obstante lo reiterado de las reiteradas experiencias, el contagio se extiende por todo el mundo y la portadora del virus sigue siendo la clase política, acostumbrada a vender ilusiones, que cuando llega al poder siente que, aunque no tenga la razón o advierta sus equivocaciones, tiende a guardar las apariencias de un éxito que no existe. El colapso del gobierno de Giorgios Papandreou en Grecia, que recibió el impacto acumulado de la falta de transparencia de sus antecesores, es la mejor muestra del libreto de ese drama en su versión contemporánea.

Los acontecimientos recientes de Turquía y Brasil, países que se han presentado ante el mundo como paradigmas de éxito, pueden ser el resultado de un déficit acumulado en la presentación de la realidad de cada uno de esos dos países en sus verdaderas proporciones. En el primero de los casos por el fermento de descontento derivado de la creciente afiliación islamista del gobierno, que parece apartarse de la línea fundacional de la República. En el segundo por los vacíos de igualdad social que van quedando a pesar del avance de la economía hacia los primeros lugares del escalafón mundial, con sus consecuentes aspiraciones políticas de ejercer como potencia en ascenso. 

Valdría la pena hacer en Colombia el ejercicio de mirar en realidad cómo vamos; aunque aquí las señales son siempre confusas, fruto de lo cual, por ejemplo, terminamos creyéndonos mucho más que otros y mucho menos que Nicaragua.

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