Era más grande el muerto

Ana Cristina Restrepo Jiménez
23 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Junachona, descuajaringada, chimbiar, mecha, tocao, titino, zumbambico, cañero, entreputado, amurado, borondo, culebriar, turuleto, malacaroso… son las palabras necesarias para contar la historia de Manuel Alejandro y Yovani, dos jóvenes de Villalinda, fracasados en el mundo criminal, que aspiran a los mismos símbolos de prestigio de otros muchachos de su barrio. Es por eso que, a precios favorables y a crédito, le compran a don Rogelio las prendas de marca que llevaban puestas sicarios cuyos cuerpos yacen en la morgue.

Entre bluyines Babú y RDJ, botas Ribuk y bicicletas Mongus, los protagonistas de Era más grande el muerto, la primera novela del escritor Luis Miguel Rivas, llevan al lector a un mundo marginal, del sicariato de poca monta, despojado de la repetición en la cual lo sumió la televisión y la “narcomiseria”.

Este escritor nacido en Cartago y criado en las calles de Envigado entró al mundo de la literatura gracias a los cuentos. Publicó Los amigos míos se viven muriendo en 2007, Tareas no hechas (el nombre de su blog en este periódico) en 2014, y en 2015 ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?

Al ingresar en los límites de Villalinda, el Macondo de Rivas, el lector divaga en las lindes del ocaso de los años 80 y el inicio de los 90. Entre tangos, salsa y carrilera, también se tararea “musiquita americana” (Air Supply, con un largo etcétera de baile de garaje), y el tiempo se desquicia para darle paso a canciones de épocas posteriores como “Mío”, de Paulina Rubio. De ese modo, Rivas se desprende de ciertos límites de tiempo y espacio, desprecia asociaciones exactas para darle la oportunidad al lector de construir y ubicar su propia Villalinda, sin dejar de estimular la memoria, la nostalgia, la risa incontenible.

La obra de Rivas juega un poco con el cómic, recurre a onomatopeyas y escenas que rayan en el absurdo. Rinde homenaje a la obra de ilustres personajes como Carlos Castro Saavedra o Héctor Abad; y a otros no tan célebres como don Efrém, típico mafioso de levantadora y cadena de oro sobre el pecho. Desde su pedestal, el cliché demuestra por qué sigue siendo el rey.

Regresemos al origen: además de su capacidad narrativa, el gran valor de Luis Miguel Rivas estriba en su inmersión en el lenguaje, más allá de la erudición o la reflexión académica, para adentrarse en una exploración del mismo.

Al leer a Rivas se recobra la fe en la literatura de lo marginal como arte, original, genuino, conectado con la historia del autor, con su alma y la de su ciudad. Era más grande el muerto es el producto de una relación agitada con el mundo de afuera y conflictiva con el mundo de adentro.

El goce (pasmoso) y la fluidez con que se lee a Luis Miguel Rivas evidencian la paciencia y el dolor que esconde su escritura.

Luis Miguel Rivas, Era más grande el muerto, Bogotá, Editorial Planeta, 2017.

 

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