Ernesto Rojas, el comandante del EPL que abrió su ruta a una paz negociada

Columnista invitado EE
15 de febrero de 2017 - 02:36 a. m.

Por: Luis Eduardo Celis

Han pasado 30 años, el 15 de febrero de 1987 fue detenido y asesinado Jairo de Jesús Calvo, junto a Gustavo Correa, el primero era el máximo comandante del Ejército Popular de Liberación, guerrilla que haría un acuerdo de paz cuatro años después y jugaría su papel en la Asamblea Nacional Constituyente, espacio que habían promovido desde mediados de los años 80, con mucha incomprensión de la izquierda y el establecimiento liberal-conservador.

Jairo Calvo Ocampo, nació en Manizales, en 1949, de familia popular y grande, se crió en Cartago y desde muy joven se destacó por un carácter de sensibilidad social y disciplina, lo cual lo lleva a la militancia política en el naciente Partido Comunista de Colombia (Marxista Leninista), al cual se vincula en 1966 siendo estudiante del colegio académico de Cartago y de manera muy rápida es asignado a su estructura armada, el naciente Ejército Popular de Liberación, en el cual permaneció hasta su muerte.

Se destacó como militante consagrado, vive un cerco enorme por parte del ejército, sobre la región del San Jorge y el Sinú, donde el naciente EPL, pretende echar raíces, duramente diezmado, el joven Calvo permanece en las estructuras rurales, para luego iniciar un trabajo urbano, donde es detenido, así narra su hermana Fabiola Calvo, su detención: “Jairo Calvo fue desaparecido durante 35 días y luego de la búsqueda por parte de su madre pastora y la movilización social que se produjo en varias ciudades, apareció en el Batallón Bomboná de la IV Brigada.

Fue llevado a Consejo Verbal de guerra, bajo el gobierno del liberal Alfonso López Michelsen, junto con 63 personas militantes y amigos de la organización y otras que nada tenían que ver con las acciones subversivas”

Al estilo de Fidel Castro, asume su defensa ante el tribunal militar que lo juzga:

“Señor Presidente, Señor asesor jurídico, Señores vocales, Señores secretarios, Señor fiscal, Respetables doctores de la defensa, queridos compañeros sindicados: como en esta sala a través del expediente y en boca del señor fiscal, se han proferido insultos contra los revolucionarios, yo, un revolucionario, me veo en la obligación de aclarar ciertas cuestiones, que se han dejado de mencionar.

El señor fiscal hablaba de la actual descomposición social del Estado colombiano, hablaba de la actual situación de violencia, que recorre los campos y las ciudades de esta patria, pero se abstuvo de mencionar las causas del origen histórico de esta violencia y de esta descomposición social. Estamos de acuerdo en la descomposición social del Estado colombiano, así también de la actual situación de violencia; pero vamos un poco más allá y vamos a hablar un poco del origen histórico de esta violencia, así como de las causas y los culpables de ella. ¿Estamos de acuerdo en que hay que condenar a los culpables de esta violencia? Sí. ¡Y que hay que castigarlos! Sí, pero también tenemos que decir muy clarito cuáles son los culpables de esta violencia”.

El tribunal militar lo condena, junto con un buen número de procesados, es enviado a la cárcel de la Isla Gorgona, así narra su llegada e impresiones: “Es irónico que sea una cárcel ese pequeño lugar rodeado de agua, localizado al suroeste de la bahía de Buenaventura; a unas pocas millas, donde el mar se vuelve azul y las playas invitan a aprovechar los días soleados, isla rica en agua dulce, bosques y todas las especies que el mar brinda, es un lugar bonito pero las posibilidades para el preso son mínimas, porque lo que es propiamente la prisión es un sitio que está cercado, tiene una muralla y otro cerco electrizado que impide que el condenado pueda salir”.

En la Isla Prisión Gorgona permanece 18 meses, con muy poca visita y en condiciones de aislamiento, pero siempre en disposición de estudio y pendiente de la actividad política en el país. Es retornado a la nueva cárcel de Bellavista en Medellín y su proceso pasa a la justicia ordinaria, por la caída del estado de sitio, en la justicia civil, se considera que su delito de asociación para delinquir no corresponde con su condición de rebelde político y es puesto en libertad, en estos años conoce al jurista Carlos Gaviria.

Saliendo de la cárcel regresa a la vida clandestina en la guerrilla del EPL y asume gran liderazgo y reconocimiento a su interior y junto a su hermano Oscar William Calvo, fueron claves en la renovación política del Partido Comunista de Colombia ML y del EPL, en esta dinámica, llegan los dos al gobierno del Presidente Belisario Betancur, con quienes firman una tregua en 1984.

La tregua se rompe en junio de 1985, su hermano Oscar William es asesinado en Bogotá en noviembre de 1985, hechos en lo que según investigaciones de organismos de derechos humanos, hay directa participación de la Brigada XX, la cual sería desmontada en el gobierno del Presidente Ernesto Samper. Su hermano Héctor, totalmente alejado de cualquier actividad política es asesinado en enero de 1986, hechos en los que resulta herida su hermana Luz Estela Calvo.

Al momento de su asesinato, regresa de una gira internacional, como Comandante del EPL, siempre sus compañeros de militancia han alegado que su muerte fue un crimen de estado y un montaje al presentarlo como muerto en un enfrentamiento frente a un retén policial.

Así terminó su defensa política ante el Consejo de guerra en 1975:

“En esta situación, nosotros los revolucionarios no somos quienes fomentamos el desorden, ni mucho menos los culpables de la crisis del capitalismo, somos, eso sí, actores conscientes y consecuentes.

Si luchar contra la miseria, la explotación y la represión y luchar por la libertad… Si esto es delito, sí somos culpables.

Si decir la verdad y señalar a los culpables de los males de la humanidad, si eso es un crimen, sí somos culpables…

Pero, si por el contrario, ser patriota, amar al pueblo y luchar por sus intereses es la tarea grande, noble y sagrada, insoslayable de todo colombiano, no podemos ser culpables. Tenemos la conciencia tranquila y estamos seguros de nuestra inocencia y no pedimos clemencia, ni perdón, no renunciaremos a la decisión de dar nuestra propia vida al servicio de los intereses del pueblo.

La vida, señores, para un revolucionario consecuente, no tiene otro sentido, no tiene otra significación distinta a elevarla enteramente, sacrificarla cuando corresponda por los intereses y la causa del proletariado. Nuestro principio moral supremo es vivir por el pueblo y morir por el pueblo, por eso los revolucionarios no piensan en el sacrificio aun cuando en ello esté comprometida su propia vida”.

 

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