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¿Es conveniente una reforma política?

Elisabeth Ungar Bleier
06 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

Ya comenzaron las campañas para las elecciones de 2014 en las que se elegirá al nuevo Congreso y al presidente de la República. En medio de un agitado ambiente político se han escuchado diferentes voces sobre la pertinencia de promover una reforma política.

 Algunos de los temas que han sido mencionados son la disminución del umbral, como un salvavidas para partidos políticos como el Verde o MIRA, e incluso, según ciertos analistas, Cambio Radical, que podrían desaparecer porque difícilmente alcanzarían los votos establecidos en la reforma política de 2009 (entre 380.000 y 420.000, dependiendo de los votos válidos); revivir el transfuguismo, es decir la posibilidad de que congresistas que fueron elegidos por un partido puedan ser avalados —y eventualmente elegidos— por otra colectividad, y así engrosar sus votos; eliminar la circunscripción nacional para el Senado, lo cual perjudicaría a los partidos y movimientos que tienen su votación dispersa a lo largo de todo el país, como pueden ser la Marcha Patriótica o el Centro Democrático; acabar con el voto preferente, que claramente beneficia a las colectividades que cuentan con una o dos figuras que por su favorabilidad pueden “arrastrar” a los otros candidatos de la respectiva lista y así obtener más curules; o permitir que los congresistas puedan ocupar cargos ministeriales, como recientemente lo propuso un miembro del actual gabinete.

Estas propuestas han revivido el debate sobre la inconveniencia de hacer reformas políticas en épocas preelectorales, porque implican cambiar las reglas del juego sobre la marcha para favorecer o para perjudicar a determinados partidos o candidatos. No es la primera vez que esto sucede. El caso más polémico fue la reforma constitucional que le abrió las compuertas a la reelección presidencial de Álvaro Uribe, pero también sucedió en las elecciones territoriales de 2011 con la aprobación en pleno año electoral de nuevas normas sobre la financiación de las campañas, lo que no permitió su plena implementación. Como en años anteriores, es claro que las reformas sugeridas recientemente también tienen nombre propio y objetivos coyunturales.

Muchas de las reformas políticas de los últimos años fueron concebidas para fortalecer el sistema de partidos y los partidos políticos y para hacer más transparente la actividad política. Si bien es sabido que las normas por sí solas no producen los cambios esperados, es evidente que para ver resultados se requiere tiempo y la voluntad política de sus dirigentes. Esta última no sólo ha sido escasa, sino que la supervivencia de varios partidos se ha construido y se sigue construyendo sobre proyectos personalistas, para los que los partidos son un obstáculo. Y lo que es aún más preocupante, para cada elección se crean nuevas colectividades al vaivén de las veleidades de unos pocos y de sus necesidades electorales del momento, olvidando que una democracia con partidos débiles es una democracia frágil. Lo que estamos viendo hoy en día evidencia que el fortalecimiento y la renovación de las colectividades partidistas aún es una meta por alcanzar.

 

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