Escapando a Irma

Luis Carlos Vélez
11 de septiembre de 2017 - 02:42 p. m.

Nos tomó más de 24 horas hacer en auto un recorrido que en otras condiciones habríamos hecho en menos de diez. Partimos a las 9 de la noche desde Miami a Orlando para llegar a un hotel a las 3 de la mañana, dormir tres horas y continuar sin parar hasta llegar a Atlanta a las  9 de la noche. 

El éxodo que vivimos fue como en las películas: filas interminables de carros que no se movían en una infinita autopista y que intentaban alejarse de la gran ola destructora que llegaría a acabar con todo. 

En nuestro carro, lo indispensable: la mascota, documentos y algo de alimentación. El resto, a la merced de Dios y la naturaleza. Nunca había visto o sentido algo igual, un desfile casi fúnebre y resignado de escape a la muerte. El Armageddon, aunque en este caso sería más bien el Irmagueddon.

Nosotros salimos de lo peor. Estaba en Bogotá listo para cubrir la visita del Papa y tuve que abortar todo para regresar a Miami y evacuar a mi familia: una bebé, un bulldog francés y mi esposa. Son todo para mí. No hubieran podido salir sin mi asistencia. Soy responsable de su bienestar. 

Escribo en la habitación de un hotel en Atlanta. Trato de no hacer mucho ruido para no despertar a nuestra bebé de nueve meses ni a mi esposa. Siad está cansada, tratando de mostrarse animada, aunque sé que tiene miedo de no saber qué pasará con nuestra casa, con todo lo que eso significa.

Nuestra mascota también está nerviosa. Come muy poco y anda taciturno, como si estuviera consciente de todo lo que está pasando. En la calle dicen que los perros huelen el miedo y el hambre. Estoy seguro que el siente mucho de lo que siento. 

No importa si se tiene mucho o poco, pero esa sensación de abandonar la casa sin saber si la volveremos a encontrar es indescriptible. En nuestro caso, el apartamento representa por lo que hemos trabajado duramente todos estos años, incluido haber dejado Colombia y enfrentarnos a una nueva aventura.

Le cantamos a la bebé en el carro y no puedo de dejar de pensar en la película la vida es bella, en la que el protagonista convierte un escenario de guerra en una fiesta para su familia. No estamos en la guerra pero nuestra realidad es incierta y esa incertidumbre genera a lo menos un nudo en el corazón y un golpe en el estómago.

Episodios como este nos recuerdan lo frágil que es la vida y por qué debemos hacer lo posible para vivirla al máximo. Después de esto, espero recordar siempre que esa no es una frase de cajón, porque la vida simplemente es bella mientras dura. 

 

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