Esmeraldas y escenarios

Tras el asesinato de Mercedes Chaparro, mano derecha de Víctor Carranza —y ante el cáncer terminal que aqueja al “zar de las esmeraldas”—, muchos se apresuran a vaticinar una nueva guerra verde.

“Aunque no tenemos información objetiva sobre una guerra, hay preocupación”, aseguró el comandante de la Policía de Boyacá. El alcalde de Muzo, por su parte, alertó: “Hay tranquilidad, pero no sabemos lo que se viene detrás”. Y Carranza, que en el pasado había ratificado la solidez de su “paz”, dijo en una entrevista que teme que con su muerte se reinicie la confrontación.

Sin embargo, es probable que, al faltar Carranza, se cristalice otro escenario y, en lugar de iniciar una cadena de atentados y venganzas, los empresarios de las esmeraldas arreglen rápidamente las cosas “entre hombres”, haciendo concesiones o ajustes y escogiendo una paz tensa sobre una guerra costosa. Tanto los herederos del “zar”, como los demás esmeralderos —Pedro Rincón, Pedro Orejas; Luis Murcia, Pequinés, y Dios González—, saben que no les conviene una intervención estatal en la disputa, pues perderían el control del occidente de Boyacá. Este control, que detentan desde que fue firmada la “paz” hace dos décadas, les permite administrar justicia en la región, imponer su orden, explotar las minas sin competencia y pagar pocos impuestos.

En su momento, luego de fracasar sistemáticamente en la regulación de las minas y buscando bajar los niveles de homicidios, el Estado cedió ante las familias de esmeralderos. Desde entonces sucesivos presidentes se han hecho los de la vista gorda ante los excesos de muchos de ellos, en una zona en que se vive entre misas, reinados y miedo de hacer enojar a alguno de los “señores”. Al morir Carranza muchos se rasgarán las vestiduras y se lo tildará de monstruo. Cabría recordar, sin embargo, que todo lo que hizo el “zar” le fue permitido por los gobiernos de Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos.