Publicidad

Esta noche es Nochebuena

Lorenzo Madrigal
23 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

¡Qué fecha de nostalgias! Toda la infancia nos regresa de sopapo. En mi caso muy personal —excúsenme— desandan su recorrido de años los autos de juguete y un tranvía de lata, bien lo recuerdo, semejante al que bajaba chirriando y lanzando chispas por la calle empinada de Buenos Aires, buscando el centro de Medellín.

Aquella luz matinal, aquella gente querida y servicial, la familia entrañable. No me pregunten por ella, se murió.

Era, cómo negarlo, un Medellín sacerdotal. Por frente de mi casa bajaba de paseo desde la finca Miraflores el seminario menor ensotanado, cinta azul, entre el cual más de una chica debió ver al “seminarista de los ojos negros”, del poema de Ramos Carrión. Mi madre, muy religiosa, pero de criterio amplio y generoso, se saludaba con los clérigos de la que más tarde fuera basílica de Villanueva, esa gloria románica, inmensa, toda ella en ladrillo. Me llevaba de su mano. Mientras ella confesaba imposibles pecados, yo miraba fijamente los zapatos de hebilla del sacerdote y el final de la abotonadura de su traje talar. No es raro que fuera mi primera vocación.

Era el Medellín de Laura Montoya (pronúnciese de seguido: “lauramontoya”), aunque esta santita antioqueña y la primera colombiana que será canonizada hizo su vida meritoria en misiones rurales en el occidente del departamento. Cundía la religiosidad católica, como hoy, en algún grado, cunde el fervor por otros cultos cristianos, que producen la conversión súbita de las personas, que de repente “se encuentran con el Señor”. Creencias alternativas de todo mi respeto, si bien tocadas de fanatismo.

No era fácil ser artista plástico ni poeta en aquella ciudad empírica y pragmática, como la que más. Había que producir dinero, de manera muy honrada y esforzada, pero dinero. Mi madre, bien formada en el arte, pintaba por oficio y vocación, pero casi siempre regalaba su obra; dio clases siendo soltera y entre sus discípulas estuvo por pocos días la pintora rebelde de Medellín, cuyos trazos eran la antítesis del academicismo materno. De niño visité las primeras exposiciones de Débora Arango, que en grado sumo escandalizaron.

La Navidad llegaba con mucha alegría familiar. No faltaba en casa el pesebre de nobles figuras que al trasladarnos a Bogotá quedó en manos de la abuela, quien lo donó a la iglesia de San Ignacio, eje familiar, donde ofició el padre Cayetano Sarmiento (ilustración), tío de mi padre y hombre de un descarnado humor bogotano. Lo conocí en su catafalco, hasta el cual me subieron en brazos para verlo con sus ornamentos sagrados. El Medellín que yo conocí comenzó con esta imagen yacente: ya no vive casi ninguno de los míos en la rutilante ciudad de hoy.

Feliz y preferiblemente no tan nostálgica Navidad, les deseo a mis escasos, pero amables lectores.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar