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Estadista

Columnista invitado EE
18 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

En medio de una tertulia con Germán Arciniegas, un joven de diecisiete años, Alberto Lleras Camargo, anunció con un toque de ironía: “Me han nombrado profesor de esa materia importantísima que se llama la Retórica”.

El periodista Alejandro Vallejo* relata esa anécdota para recordar cómo, años después, Alfonso López Pumarejo solicitó su asesoría para elegir al secretario de la Dirección Liberal.

Vallejo le sugirió un par de nombres, frente a los cuales el político advirtió: “No. Hay que poner gente que no asuste”. Y agregó: “¿Qué le parece Lleras?”.

“Que no asusta”, respondió el escritor caldense.

Alberto Lleras Camargo, el que no asustaba, es quizá el estadista colombiano más importante del siglo XX.

¿Cómo reconstruir la figura, ya casi olvidada, de un estadista? Podríamos decir que es alguien consistente en sus argumentos y coherente en las ideas. Más allá de la agilidad mental, su capacidad de asociación obedece a un diálogo atento con las personas, la naturaleza, las diversas formas del arte y la Historia. Y, claro, un estadista es un guía, con dominio de “esa materia importantísima” que es la retórica.

No en vano Eduardo Santos le escribió a Lleras: “Las verdaderas revoluciones no son las que desatan ríos de sangre, sino las que cambian la mentalidad de las gentes”.

Con frecuencia se alude a la analogía entre las redes sociales y el ágora, como espacios de debate. Twitter, esa especie de plaza pública, permite ver cómo algunos de nuestros políticos confunden retórica y liderazgo con demagogia y populismo.

El ejemplo más evidente es Álvaro Uribe Vélez, tuitero irredento, cuyo proceder en los medios tradicionales, redes sociales y lugares públicos refleja la calidad de su formación. ¿Acaso publicar un libro, ofrecer conferencias y abrir una universidad “ungen” al estadista?

Me cuesta imaginar a Robert de Sorbon, fundador de La Sorbona, tildando a sus contradictores de “canallas” y profiriendo amenazas como “estoy cargado de tigre”. O pensar en el doctor Lleras Camargo, ilustre rector de la Universidad de los Andes, “alborotando avisperos” en San Andrés.

Hay aquí dos problemas conexos; primero, el expresidente, con sus pretensiones de estadista, cada vez se parece más a sí mismo: es su mejor caricatura (como dijo la humorista Tina Fey de la nefasta Sarah Palin, es un personaje maravilloso de imitar: ¡viene con libreto incluido!). Y segundo, lo más grave, las grandes cadenas informativas le abren los micrófonos a su ira: la edición cual producto del azar y no de un proceso de reflexión.

Los discursos que circulan por los medios construyen una herencia cultural. No es pretencioso afirmar que nosotros, los periodistas, también escribimos la Historia: ¿cómo queremos ser recordados?

¡Bah!, ya no hacen a los estadistas como antes.

Y, reconozcámoslo, a los periodistas tampoco.

 

* Ana Cristina Restrepo Jiménez

 

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