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Estadísticas

Andrés Hoyos
28 de febrero de 2012 - 11:00 p. m.

Hablar mal de las estadísticas es un deporte viejo. "El 96,8% de las estadísticas es inventado", dice uno. Otro agrega: “Si uno tortura las estadísticas durante suficiente tiempo, confiesan”.

Y está la frase famosa: “Hay mentiras, malditas mentiras y estadísticas”, atribuida sin pruebas a Benjamín Disraeli. Las encuestas, hermanitas menores de las estadísticas, asimismo son vilipendiadas. Decía de ellas famosamente Álvaro Gómez que son como las morcillas, sabrosas hasta que uno se entera de cómo se hacen.

Pese a las diatribas, el fenómeno ha seguido su marcha triunfal en el nuevo siglo, hasta el punto de que la burla no parece ser otra cosa que un subproducto de su importancia. Ninguna decisión de peso en materia de política pública o de inversión se toma hoy sin analizar antecedentes estadísticos y sin proyectar presupuestos, siendo éstos la aproximación optimista o pesimista de gente muy preparada. Con frecuencia se verifica al final que por el margen de error cabía una tractomula. Bastante común es también la manipulación de las estadísticas. Pienso en...

Bernard Pivot, el famoso presentador francés, publicó en 1998 Regaño a un ama de casa de menos de 50 años, libro en el que honraba el título regañando sin piedad a esta inconsciente señora, cuya falta de atención sirvió de excusa para que sacaran del prime time a Bouillon de culture, el segundo y más famoso de sus programas de televisión dedicados a los libros. Un par de años después, la cadena pública Antenne 2 canceló del todo la emisión de Pivot, recayendo de nuevo la culpa en la desatenta señora.

Pero, ¿por qué será que uno no encuentra nunca el propio punto de vista reflejado sin ambigüedad en las estadísticas? Una posibilidad es que usted sea raro, como le decía su abuelita, aunque la explicación más obvia es que el sujeto estadístico no existe: es una abstracción. Dicho de otro modo, la famosa ama de casa de Pivot no tiene nombre.

Las estadísticas nos traicionan, pues. La buena noticia, sin embargo, es que hay vida, mucha vida, por fuera de ellas. Una persona es mediocre y promedio en gran parte de las materias de la vida, y esa mediocridad es la que capturan las estadísticas. Con todo, lo más importante que un individuo puede hacer en su vida lo hace por excepción a las reglas, es decir, por fuera de las estadísticas. No hay regla que diga, por ejemplo, que alguien tiene que escribir un gran libro, descubrir un teorema importante o resolver un problema difícil, pero ahí siguen unos pocos tozudos, tratando y tratando.

Las abstracciones de la totalidad estadística o de lo potencialmente gregario tienen en últimas una raíz teológica. Siempre que se habla de un todo funcional integrado por seres humanos se está mirando por el ojo de Dios y se está obviando que dicha totalidad la conforman individuos diferentes. Las ciencias sociales, incluso, tienen en esta filiación teológica un obstáculo insuperable a la hora de pasar de disciplinas rigurosas a verdaderas ciencias.

No hay tal que los colombianos o los italianos sean esto o aquello, así sea posible distinguir tendencias. Por cada generalización de que los argentinos comen mucha carne, se encontrará un buen grupo de vegetarianos en las calles de Palermo. Dice también el vulgo: todas las generalizaciones son falsas, empezando por ésta.

Además, ¿quién quiere reglas? Ya decía Karl Popper que las excepciones son más fértiles.

andreshoyos@elmalpensante.com

@andrewholes

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