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Estados (des)Unidos

Arlene B. Tickner
06 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

Escribo estas líneas sin saber quién es el ganador de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, aunque me atrevo a especular que es Barack Obama.

Pese a que varios estados, como Colorado, Florida, Ohio y Virginia, podrán haber votado en una u otra dirección las encuestas parecen más confiables que las ilusiones de aquél candidato que va perdiendo (en este caso Mitt Romney). Y cuando el conjunto de sondeos coincide en señalar una tendencia general hay más motivos aún para creer en ellas. De 22 de los últimos publicados en los llamadosswing states, donde se habrá definido la contienda electoral, Obama llevaba la ventaja en 19 de ellas, Romney en solo una, y en dos había empate. De forma similar, la mayoría de los sondeos nacionales indicaban un alza en el estrecho margen de ventaja de Obama.

Sea quien sea el próximo Presidente de los Estados Unidos, y más allá de los (considerables) retos inmediatos que tendrá que enfrentar, éste deberá lidiar con un país profundamente dividido. Desde el gasto público, los impuestos, el sistema de salud, la educación, los derechos reproductivos de la mujer y los derechos de los homosexuales, hasta la migración, el medio ambiente y la política exterior, los estadounidenses no parecen estar de acuerdo en casi nada. Numerosos estudios sugieren que la opinión pública está dividida sobre si el sistema económico del país es injusto o no, si el calentamiento global es real o no, si los recortes en los impuestos favorecen a los más ricos o generan empleo, si Estados Unidos logró sus objetivos en Iraq y si es deseable bombardear a Irán para frenar su industria nuclear. Esta polarización, la más aguda en décadas, se manifiesta en la vida política estadounidense, en donde hoy por hoy la parálisis legislativa (gridlock) prima por encima del compromiso bipartidista, y sobresale la echada mutua de culpas en lugar de la búsqueda de soluciones.

Las divisiones políticas señaladas se traducen también en segregación social. Más que nunca, la base electoral de los republicanos son hombres blancos, mayores, casados, religiosos y tradicionales que viven en zonas rurales o los suburbios. En contraste, la demócrata es femenina, joven, secular, no tradicional, metropolitana y multicultural, es decir, afro-americana, hispana y crecientemente, asiática. Lo anterior se ve reflejado en una creciente separación demográfica entre distintos sectores, así como medios de comunicación (como Fox News) que al confirmar la visión de mundo de cada uno agudizan la intolerancia y dificultan el diálogo.

Pese a lo pronosticado, la elección de Obama en 2008 no inauguró una era pos racista en Estados Unidos. Todo lo contrario, la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca parece haber intensificado el racismo. Así lo sugiere no solo una reciente encuesta de Associated Press sino vivencias cotidianas (propias y ajenas) en las que la discriminación hacia “ellos” está a flor de piel. Según AP, en comparación con hace cuatro años hay más estadounidenses –más de la mitad de la población– que albergan actitudes racistas y xenofóbicas, explícitas o implícitas, hacia los afroamericanos y los hispanos.

De la misma forma que la negación o inacción ante el cambio climático explica los efectos devastadores del huracán Sandy, el silencio con el que la creciente división al interior de la población estadounidense ha sido tratado, o peor, estimulado, cultiva un Estados (des) Unidos frente al que un verdadero líder tendrá que actuar.

 

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