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Estancamiento Secular

Luis Fernando Medina
19 de agosto de 2014 - 04:32 a. m.

Imaginemos por un momento este escenario: se reúne un sínodo de obispos a discutir la posibilidad de que la vida eterna no exista.

Al salir dicen que no están seguros, que es necesario seguir estudiando el asunto pero que en todo caso hay que considerar seriamente ese prospecto. Seguramente la noticia ocuparía titulares muy vistosos en toda la prensa y tendríamos un torrente de reacciones, para no hablar de la conmoción entre los católicos practicantes. Pues bien, en estos días ocurrió algo similar y sin embargo no ha sido noticia: un grupo de eminentísimos economistas, que incluye premios Nobel como Paul Krugman, ex-secretarios del Tesoro como Larry Summers o economistas del Fondo Monetario Internacional como Olivier Blanchard, ha dicho que por las dudas, más vale tomar en serio la posibilidad de que estemos entrando en una era de estancamiento secular.

Seguramente la falta de impacto de la noticia se debe a la percepción de que la ciencia económica es ininteligible cuando, irónicamente, es mucho más fácil entender el análisis económico que los asuntos teológicos. También es cierto que el término "estancamiento secular" no es exactamente llamativo. Pero las implicaciones de este debate para el mundo en que vivimos son tan importantes como las del hipotético sínodo. O más, si el lector no cree en la vida eterna.

¿Qué es el estancamiento secular? Para entender qué es hay que repasar brevemente cómo funciona el sistema capitalista moderno. En nuestras economías de mercado el nivel de empleo depende de la inversión privada. A su vez, la inversión privada depende del tipo de interés. Mientras menor sea el tipo de interés, más gente quiere invertir. Pero para que unos puedan invertir es necesario que otros ahorren y resulta que la cantidad de ahorro también depende del tipo de interés solo que en sentido inverso: mientras menor sea el tipo de interés menos gente quiere ahorrar. Cuando todo sale bien, existe un tipo de interés al cual los recursos que los inversionistas quieren y los que los ahorradores están dispuestos a ofrecer son de igual cantidad. En esos casos, la economía está en niveles de pleno empleo.

El consenso entre macroeconomistas desde los tiempos de la postguerra ha sido que este mecanismo de mercado funciona bien casi todo el tiempo y que cuando falla se trata de pequeñas perturbaciones que se pueden resolver con moderadas intervenciones de política económica. Puede que haya opiniones diferentes acerca de cuáles intervenciones son las mejores pero no ha habido desacuerdos muy serios en torno a la esencia del mecanismo.

Según la hipótesis del estancamiento secular, ese mecanismo está dejando de funcionar. Más precisamente, la hipótesis dice que, por una variedad de factores, estamos entrando en una era en la que hay un exceso persistente de ahorro y que ni siquiera a un tipo de interés cero la inversión deseada sería suficiente para absorber dicho exceso.

El párrafo anterior puede sonar tan arcano como las típicas disquisiciones sobre la fe y la vida eterna de cualquier sínodo. Pero, en plata blanca significa que la actual recesión de las economías desarrolladas, los altos niveles de desempleo que se ven en Europa y Estados Unidos, de pronto no son un simple episodio cuyo fin está a la vuelta de la esquina sino que hay que irse acostumbrando a convivir con ellos.

La creencia en el pleno empleo es casi tan importante para el capitalismo como la creencia en la vida eterna para el cristianismo. La idea de que el capitalismo, con todo y sus defectos, garantiza que todo individuo pueda encontrar un empleo y, por tanto, estar plenamente incorporado al tejido social, es uno de los pilares del pacto social de las sociedades modernas.

Consideremos, por ejemplo, el caso de España. La hipótesis del estancamiento secular aún no está totalmente probada. Pero en algunos países, entre ellos España, ya se empiezan a vivir condiciones similares: durante lo peor de la crisis la tasa de desempleo llegó al 25% y aunque ha bajado un poco, la mayoría de los pronósticos coincide en que pasará cerca de una década antes de que se vean niveles inferiores al 15%. Es decir, para casi uno de cada cinco españoles en edad de trabajar no se cumple el principio de que el sector privado es capaz de encontrar para él una actividad productiva.

No es este el lugar para discutir las causas del posible estancamiento secular, causas que constituyen una confluencia de factores de diversa índole. Del mismo modo, tampoco hay consenso sobre cuáles serían las posibles respuestas. Pero una cosa queda clara: si es verdad que las economías líderes del siglo XXI entran en condiciones de estancamiento secular, es decir, Estados Unidos, la Unión Europea, Japón (que parece ya estar en tal situación) e incluso, posiblemente, China, esto requeriría repensar fundamentalmente la relación entre empleo y mercado que ha venido rigiendo por décadas. Después de todo, el hecho de que millones de ciudadanos no encuentren empleo no quiere decir que sean inútiles o que carezcan de conocimientos y habilidades con las que puedan contribuir a la sociedad.

Con su típico humor flemático (y respondiendo claramente a los usos de su tiempo), Keynes decía que las mediciones de ingreso nacional eran tales que el producto interno bruto (PIB) caería si un hombre se casa con su criada. La idea de este apunte era muy sencilla: el PIB mide únicamente aquellas transacciones que ocurren en el mercado. Pero por fuera del mercado existen muchísimas actividades sociales que son claramente benéficas a pesar de no formar parte de las cuentas nacionales. Si el estancamiento secular se vuelve una realidad, acaso sea necesario explorar con más detenimiento este hecho.

En ese sentido resultan muy relevantes algunas propuestas de política pública de los últimos años asociadas al concepto de renta básica. Por ejemplo, Anthony Atkinson ha defendido la idea de un "ingreso de participación" mediante el cual el Estado le garantiza a los individuos una remuneración a cambio de que éstos realicen alguna actividad socialmente benéfica así ésta no sea un empleo formal en condiciones de mercado. Es, en últimas, una forma de poner en marcha políticas de empleo sin necesidad de centralizar las decisiones en el Estado y sin depender totalmente de las condiciones del mercado laboral. No es la única propuesta, claro está. Al fin y al cabo, la vieja receta de los tiempos de la Gran Depresión de acometer programas de inversión pública capaces de absorber el exceso de recursos sigue siendo una alternativa viable. Pero independientemente de las políticas que se adopten, el estancamiento secular plantea el reto de repensar las premisas de la economía capitalista moderna.

Nada de lo anterior debe ser tomado con excesivo alarmismo. Las economías desarrolladas de hoy han alcanzado ya tal nivel de riqueza que aún en condiciones de estancamiento secular podrían garantizar niveles de vida más que satisfactorios para sus ciudadanos. Lo que se necesita es imaginación y audacia política. Es posible que el repensar el nexo entre empleo y mercado sea para la sociedad moderna una experiencia tan liberadora como lo es, según muchos ateos, el renegar de la noción de la vida eterna.

 

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