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E.U. y sus "daños colaterales"

Reinaldo Spitaletta
29 de abril de 2013 - 11:00 p. m.

Los Estados Unidos (mas no su pueblo, ni sus grandes escritores, ni sus arquitectos, ni algunos de sus artistas plásticos y directores cinematográficos, etc.) se han ganado el odio mundial.

Y ellos, los del gobierno, los del sistema, los portaestandartes de la libertad y la democracia, no se lo explican. Y, en ese mismo sentido, a muchos de sus pobladores los mantienen en la ignorancia de la historia. “Mentiras”, dicen, “nosotros somos los salvadores del mundo”. “Nos odian porque somos muy serviciales”, y así toda una sarta de barbaridades que contradicen la realidad.

Los Estados Unidos, los mismos llamados por la Providencia para regir los destinos del orbe, todavía no se explican por qué son tan repelidas sus acciones que ellos disfrazan de gestión humanitaria (cualquier bombardeo puede ser calificado así), o de expedición libertaria, o de llevar a los incivilizados el conocimiento y la práctica de la democracia.

Cómo es posible que nos señalen de injerencia en asuntos internos de otros países, o que digan que violamos soberanías, que hemos puesto gobiernos títeres y derrocado a otros, si toda esta sublime carga de hechos ha sido a favor de las libertades. Y no se sonrojan en expresarlo, unas veces los Reagan, o los Bush, o los Clinton, o los Obama. Si somos la nación elegida por la divinidad, entonces hay que cumplir con el mandato.

Muchos norteamericanos, por no decir todos, nacieron bajo la coyunda del Destino Manifiesto, que ha sido utilizado, por ejemplo, desde los tiempos en que “América” despojó a México de vastos territorios; o desde cuando el cazador Teddy Roosevelt pronunció su musical “I took Panama”, o cuando se quedaron con Cuba y Puerto Rico, en 1898. Y como la historia para ellos es casi que la visión de Disneylandia, como lo sugería el director de cine Oliver Stone, la mayoría de pobladores se traga el cuento de que su país es parte de una revelación sacrosanta.

Precisamente, el director de Platoon y J.F.K, ante la ignorancia de la historia de su país de parte de la mayoría de estudiantes de secundaria, tendrá un programa de historia televisada. “Vamos a tomar textos de la historia normal y compararlos con lo que nosotros creemos que sucedió”, dijo en una entrevista. Así –agregó- se mostrará que el bombardeo a Hiroshima se fundamentó en una mentira (ah, lo mismo la agresión a Irak), que la guerra secreta de la CIA contra gobiernos de izquierda en Centroamérica se basó en “una amenaza comunista quimérica”. Y, supongo, hablará de la Operación Cóndor, del derrocamiento de Allende, de la invasión a Panamá…

El mismo cineasta advirtió que con certeza su programa podría ser intolerable para los “patriotas”, porque mostrará que los Estados Unidos de América son tan “egoístas, hipócritas, corruptos, expansionistas, opresores y racistas como el imperio británico”. Quizá el imperio gringo sea peor en sus tropelías contra los pueblos del mundo, que el británico.

Stone, junto con el historiador Peter Zuznick, realizará un programa de diez horas titulado La historia no contada de los Estados Unidos (empezó a emitirse el pasado 19 de abril) y escribirá un libro de setecientas páginas. De tal modo, es posible que la visión azucarada que han tenido los gringos de su historia, se les cambie y adviertan cómo para la agresión a Vietnam, Washington se basó en autoataques y mentiras; o que el suceso de las bombas sobre la población civil de Nagasaki e Hiroshima fue, en rigor, un crimen de lesa humanidad.

En el esquema mental del imperio, los terroristas son los otros. Matar cerca de un millón de iraquíes, no es terrorismo sino una labor democrática; meterse en Afganistán, es una expresión de libertad; promover guerras en Libia y Siria, hace parte de la necesidad de pacificar esos territorios (no nos interesan el petróleo, ni los negocios de reconstrucción, ni la venta de armas, sino la paz y la democracia, dicen los líderes estadounidenses). Por eso, acotarán, hay que tener bases militares en todo el mundo, porque somos los centinelas de los pueblos de la tierra.

Y por tan prolíficos beneficios y favores prestados a otros países, dicen que cómo va a ser posible que los odien: desagradecidos. No paren bolas a nuestros “daños colaterales”, desgraciados.

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