Europa y el latín

Santiago Gamboa
10 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

El general sentimiento de sospecha e incomodidad que existe en Europa después del brexit muestra que los europeos tienen ya inoculado el germen de la duda: pareciera que deben seguir juntos, que es su obligación mantenerse unidos y no dar el brazo a torcer, pero cada vez hay más grietas. Los atentados de Londres, y el hecho de que uno de los asesinos fuera un joven de nacionalidad italiana, siguen convenciendo a mucha gente de que cada país debe ocuparse de su seguridad y tomar sus propias decisiones en materia de inmigración. No depender de lo que quieran o les convenga a los demás. Juntos sí, pero sin exagerar, pues no olvidemos que son países con culturas y lenguas diferentes, que se divierten o se enamoran de un modo distinto; son católicos de la Contrarreforma, pero también protestantes, calvinistas, anglicanos y judíos, y por supuesto ortodoxos; comen y beben cosas muy distintas y tienen temperamentos moldeados por su geografía, el frío o los soles invernales; y grandes diferencias de raza: desde los teutones y arios de piel rosa hasta la aceitunada del sur europeo; los ojos verde oscuro como el mar de Irlanda y los azul acuario y los grises o color miel de los latinos, hasta los ojos negros y apesadumbrados de los Balcanes; los óvalos de las caras en Polonia, las quijadas angulosas de los arios y las suaves curvas italianas o hispanas, por no nombrar otras cosas como la proclividad a la alopecia en los hispanos que, sin embargo, son peludos en el cuerpo, al revés que ciertos teutones. En fin.

Tal vez por eso la idea europeísta como un club de socios no supone una verdadera unión en lo vital e importante. Son conceptos que pueden ser infinitamente debatidos y explicados por los intelectuales, pero que siguen siendo meras ideas, volátiles e incorpóreas, para la mayoría, y por eso tantos europeos tienden a considerarlas engorrosas o aburridas y simplemente las rechazan, sobre todo si algún político las sintetiza en un buen eslogan y les pide el No en las urnas.

La única gran revolución de la vieja Europa de Maastricht, contante y sonante, fue la adopción del Euro. Todos lo sintieron, del primero al último. No es una idea cruzando el cielo, cual golondrina. Es algo que está en sus billeteras y que los hace maldecir como europeos. Por eso lo que hace falta es una segunda revolución en ese sentido, si es que quieren seguir uniendo ese colchón de retazos que es Europa. Y ésta sólo puede provenir del idioma. Si unificaron la moneda, ahora deben unificar el lenguaje. Y ya lo tienen, es el latín. Está algo empolvado, claro, pero no es imposible resucitarlo. Los judíos resucitaron el hebreo y hoy es la lengua oficial de Israel. Europa podría hacerlo. La mayoría de los idiomas europeos provienen o tienen sólidos nexos con el latín, a excepción de algunos no indoeuropeos como el húngaro, el vasco o el finés. ¿Imaginan a 360 millones de europeos hablando en latín y conservando para uso doméstico sus idiomas regionales? Así Europa sería irrompible. Se sentirían más unidos contra lo que se les viene y comprenderían mejor lo que son. De paso se podría volver a editar a Virgilio como una joven promesa. Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. Y tal vez en Colombia podríamos empezar a estudiarlo en los colegios.

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