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Excepcionalismo colombiano

Daniel Pacheco
28 de mayo de 2012 - 11:00 p. m.

Cincuenta años después de la guerra en Vietnam, cuando EE.UU. perdió alrededor de 58.000 soldados, el país más poderoso del mundo parece una nación “exhausta”. Así la llama Leon Wieseltier, de The New Republic, en una columna donde implora, de nuevo, algún tipo de acción de EE.UU. en Siria.

Weiseltier es judío, nació en 1952, escribe desde las memorias frescas del gran genocidio de la Segunda Guerra Mundial. El que llegó a su fin sólo luego de una resolución firme de enviar a millones de hombres a morir en el campo de batalla.

Con un desespero histórico anota que “…la pregunta por el declive americano está siendo sucedida por la cuestión de la fatiga americana”. No le falta razón, pues durante la pasada década el mundo ha visto a un país desgarrado por la muerte de 6.227 soldados en las dos guerras de Irak y Afganistán: políticamente, moralmente, emocionalmente.

Ayer, celebrando el día de los caídos, el presidente Obama dejó la corona de flores en la tumba del soldado desconocido en el cementerio de Arlington y aseguró, en un tono lamentoso, que sólo irá de nuevo a la guerra de ser “absolutamente necesario”.

¡Apenas 6.200 soldados! En un país de más de 300 millones de personas, con el ejercito más poderoso del mundo. En Colombia casi hemos librado la guerra de Irak y Afganistán simultáneamente en nuestro propio territorio. Desde 2002 a 2011, según cifras del Ministerio de Defensa, 5.466 miembros de las FF.AA. han muerto en combate. Otros 15.460 han resultado heridos. Un país casi 10 veces más pequeño, que además tiene que contar a las bajas del otro lado, a los civiles en medio del conflicto, también colombianos.

“País indolente, país de mierda”, dicen. Pero esta explicación es insuficiente para entender la energía que sigue empujándonos hacia el futuro, con creciente optimismo en medio de la guerra. Si en realidad fuéramos un país tan lastimero, nos habríamos echado, con nuestros muertos, hace mucho rato.

Por otro lado, la búsqueda de la paz, como una obsesión opuesta, permanente y viva al empuje guerrerista, pueda ser la fuente de energía. Pero aunque le da sentido y propósito a la historia del país, permanece lejana, elusiva y parece que no resiste la mirada pragmatista de los colombianos.

Inclinarse por un cierto excepcionalismo nacional tal vez no explique mucho, pero describe algo. Describe una testarudez frente a la dificultad, una tolerancia al dolor, una resiliencia frente a las heridas. Es una cualidad única, difícil de ganar y dolorosa de perder, como vemos con EE.UU.

Además, y sobre todo, el excepcionalismo le puede dar a Colombia unas atribuciones propias, un sentido de que no hay moldes para el desenlace de su historia y de su conflicto. Todo, esperemos, antes de que nos alcance la fatiga.

@danielpacheco

 

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