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Fantasmas de palabras

Héctor Abad Faciolince
21 de agosto de 2011 - 01:00 a. m.

A veces sueño, como todo el mundo, con cosas raras. Pero a veces sueño también —lo cual creo que es un poco menos común— con palabras raras.

Palabras que quisieran existir, palabras a las que les gustaría salir de la nada. Durante un tiempo tuve un sueño recurrente. Consistía en una cosa blanca, opaca, lisa y esférica como una bola de billar, pero una bola de billar del tamaño del Sol, o no, mucho más grande que el Sol, del tamaño de diez soles. Era una esfera blanca inmensa, fría, inabarcable, que flotaba en el espacio sideral y yo la miraba extasiado, durante el sueño. Una vez en el sueño pregunté qué era eso, y una voz desde el cielo me lo dijo, con entonación solemne: “¡una pubirna!”. “¿U na pubirna?”, pregunté. “Sí —me repitió la voz—, una pubirna”. Exploré inútilmente los diccionarios en busca de su significado: nada. Eran los tiempos anteriores a la red y no podía ni pensar en googlear la palabra. De vez en cuando sueño todavía con esa esfera magnífica, y al verla, en el sueño, digo: ¡Ah, la pubirna! Se parece a la nada.

Hace poco tuve una experiencia parecida, aunque más simple, menos mística. En el sueño yo estoy en una librería de viejo, en España. Es una librería muy grande, lóbrega, llena de ejemplares preciosos, encuadernados en piel, bien ordenados en oscuras estanterías que suben atestadas de libros, desde el piso hasta el techo. El librero barbudo sube por una escalera de tijera y me pasa un ejemplar delgado, no muy grande. Me dice que es magnífico, y muy raro. Abro el libro con cuidado y veo el título. El espargador. Me fijo en el autor: Vicente Molina. Pienso que no me dice nada el nombre del escritor, y que no entiendo el título. Hojeo el ejemplar; es un libro de poesía. Leo algunos poemas que me encantan. Ahora no recuerdo ni un verso de los poemas, pero en el sueño el soñador los leía extasiado.

Como me gusta tanto, le pregunto al anciano librero de viejo por el autor y me dice que es triste que no lo conozca pues es un gran poeta de la Generación del 27, muy amigo de Dámaso Alonso y de Ramón Gómez de la Serna. Siento un poco de pena por mi ignorancia. Con más vergüenza aún le pregunto qué quiere decir espargador. Me mira con ojos grandes, incrédulos, y me dice: “¿No lo sabe? Es lo mismo que decir techador. La esparga es la armazón, el bastidor de madera que se hace en el techo para apoyar encima las tejas. Decido comprarle (aunque es caro, 87 euros) El espargador, de Vicente Molina.

Al despertarme apunto el sueño en mi libreta, el título del libro, que no quiero olvidar, el nombre del poeta. Todo me parece tan real que busco en un diccionario “esparga” y “espargador”. No los encuentro. Googleo a Vicente Molina, poeta. Encuentro a Vicente Molina Foix. Al verlo sé que su nombre no me era del todo desconocido, pues hay un eco inmediato en mi memoria, pero no he leído ninguno de sus libros, y antes de hacer la búsqueda su nombre no se me había venido a la cabeza. Busco si hay algún “espargador” entre sus libros. En vano. Pienso que a veces la imaginación, el sueño, saben todavía más cosas que Frau Google. Al escribirlo celebro y lamento que la próxima vez que alguien googlee la palabra esparga, ya ésta no será un fantasma, sino una palabra real, y con significado, soñada alguna vez por alguien que tenía un nombre real, o al menos tan poco irreal como el de Vicente Molina.

De repente, al terminar de escribir lo de arriba, siento como una punzada en la cabeza, una punzada del color del recuerdo. “Qué tal que…”, me digo. Vuelo a la parte de mi biblioteca donde tengo los libros de poesía. Busco en la M a Vicente Molina Foix. Lo encuentro y ahí está el libro El espargador. ¡No era un sueño, era un recuerdo olvidado y recordado durante el sueño!

Mentira. No tengo ni un libro suyo. Y menos ese. Lo busco en Google y leo su blog. Me gusta lo que dice. Pero no encuentro ni rastro del espargador.

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