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Faro de la ética y la rectitud

Gustavo Páez Escobar
11 de abril de 2015 - 04:21 a. m.

El doctor Carlos Gaviria Díaz, magistrado de la Corte Constitucional en los años 1993-2001, falleció en Bogotá el pasado 31 de marzo, en momentos en que la alta corporación rueda por los despeñaderos de la degradación y el escándalo, a raíz de los torpes procederes ejecutados, al paso de los años, por varios de sus miembros. Esto les sucede a las instituciones –y por supuesto a las personas– cuando pierden el honor y la respetabilidad.

 Qué contraste: mientras Carlos Gaviria fue ejemplo de ética y contribuyó al sólido prestigio que tuvo la Corte, el actual presidente, Jorge Pretelt Chaljub, que se niega a separarse de su cargo a pesar de las graves faltas que se le imputan, constituye la mayor mancha que ha caído sobre la entidad. Dos estilos se enfrentan a través de estas figuras tan disímiles: el de la dignidad y el de la deshonra, el de la decencia y el de la provocación, el de la probidad y el de la abyección.

Muchas son las virtudes que se atribuyen al jurista antioqueño. Su firmeza intelectual, su rectitud moral y formación académica jugaban con la amplitud de su pensamiento y su tolerancia con las ideas ajenas. Amigo del diálogo civilizado, del que sacaba motivos para enriquecer su propia ideología, no se disgustaba con quien exponía juicios diferentes a los suyos. Lo escuchaba con atención, discutía los puntos divergentes, y a veces aceptaba la posición del otro. Nunca pretendía imponer su propio criterio, y mantenía sus convicciones en la zona de la serenidad.

Como poseía fino sentido del humor y altas dosis de humanismo, con una carcajada jovial resolvía un tema espinoso. A su vera no quedaban enemigos. La gente lo admiraba, lo respetaba y lo seguía. Cuando en las presidenciales del 2006 se enfrentó al presidente Uribe y obtuvo la mayor votación lograda por la izquierda en toda su historia (2’600.000 sufragios), puso en evidencia su poder de seducción sobre las masas. Buena cantidad de esos votos fueron por él mismo, por Carlos Gaviria como persona, más que por su partido.

Su mayor campo de acción estuvo en la cátedra universitaria. Por más de 30 años se desempeñó como profesor de Derecho de la Universidad de Antioquia, y en 1971 fue alumno suyo Álvaro Uribe Vélez. Dos temperamentos antagónicos. El uno sosegado y reflexivo, el otro impetuoso y ególatra. Ambos, inteligentes y líderes. Sería interesante saber cómo se entendían en el aula y cuál era el tono de sus discusiones y sus divergencias, las que más tarde se llevarían al escenario nacional, tanto en el debate de los partidos como desde el ámbito parlamentario, donde Carlos Gaviria fue senador en el periodo 2002-2006.

Fue hombre radical de izquierda y demócrata convencido. Nunca conoció el sectarismo. Propulsor de los derechos humanos, la libertad y la igualdad, la equidad social, la libre expresión, la libertad de cultos (a pesar de su posición de agnóstico). Sus ideas eran coherentes y sus argumentos, nítidos. Defensor de la eutanasia, la dosis mínima en el consumo de drogas y la libre decisión de la maternidad.

Hace menos de un año fui con mi señora a ver una película en Cinemanía. En la fila delantera a la nuestra estaba Carlos Gaviria, solo. ¡Solo, quien había sido rodeado de 2’600.000 colombianos en la campaña presidencial! Por cierto que no se trataba de la soledad del poder, sino de la libertad para estar solo. Y encontrar el regocijo íntimo en una sala de cine, alejado de la muchedumbre.

Cuando terminó la película, se levantó de la silla y nos saludó con amabilidad, como si fuéramos viejos amigos. Al avanzar por el recinto, dispensaba muestras de simpatía a los asistentes, y todos lo miraban con agrado y admiración. Se subió al automóvil que lo esperaba a la salida del cine, y se perdió de vista, causándonos gratísimo recuerdo. “Un hombre para Diógenes”, dice Osuna. “El sabio de la tribu”, según Semana.

Esta clase de prototipos humanos son los que necesita Colombia. Pasan por la vida como un meteoro, como una ráfaga de luz intensa y fugaz. Y de pronto desaparecen de la escena, dejando una estela de cordura, sensatez y sapiencia.

escritor@gustavopaezescobar.com.

 

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