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Fea pero bruta

Julio César Londoño
23 de agosto de 2014 - 01:20 a. m.

Los torpedos que lanza la extrema derecha contra los diálogos de La Habana cubren un espectro que va del sainete a la infamia, del ridículo a la irresponsabilidad y del berrinche inocuo hasta maniobras que irrespetan la memoria de víctimas y la inteligencia de la opinión pública; que ponen en riesgo la unidad de las FF.AA. y atentan contra la seguridad de la Nación.

Todo esto, claro, lo hace la extrema en nombre de las víctimas, la democracia, las FF.AA. y la seguridad de la Nación.

Hablo de la “extrema derecha” porque la derecha a secas es una opción política antigua, respetable y exitosa.

La izquierda propone una visión romántica del mundo. Aunque muy joven y mucho menos exitosa, esta propuesta ha ejercido sobre la derecha una presión tan benéfica que la obligó a asumir en serio sus responsabilidades sociales y a diseñar programas tan generosos como los ejecutados por los estados del bienestar.

Retomo. Cuando se supo, en el primer semestre de 2012, que el Gobierno adelantaba conversaciones secretas con las Farc, la extrema derecha dijo que era una conspiración a espaldas de las FF.AA.

Cuando se iniciaron los diálogos propiamente dichos y se incluyó en el equipo del Gobierno a dos generales de la talla de Naranjo y Mora Rangel, los “camisas negras” colombianos intentaron enlodar sus nombres y los militares en retiro los desconocieron como voceros de las FF.AA.

Y ahora que el Gobierno manda a La Habana una comisión militar de alto nivel encabezada por el general Javier Alberto Flórez, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, para que discuta con las Farc detalles técnicos del cese bilateral al fuego, la extrema dice que “el Gobierno está humillando a las Fuerzas Militares”. ¡Humillar! Qué significará “humillar” en esos cerebritos donde no cabe ni la menor duda, para los cuales en Colombia no hay conflicto, todos los campesinos son guerrilleros, todo opositor es terrorista, Santos es castro-chavista y los desplazados son “migrantes internos”, según la aguda definición de su ideólogo, José Obdulio Gaviria, el primo del patrón (y conste que lo digo sin ánimo de ofender a Pablo).

El general (r) Bedoya se rasga las vestiduras porque “Santos manda militares a discutir con terroristas y narcotraficantes”. No se preocupe, general, los militares están entrenados: todos los días discuten con senadores y magistrados.

El razonamiento de la extrema es coherente, lo reconozco: “En Colombia no hay víctimas del conflicto por la sencilla razón de que no hay conflicto”. Y cuando les recuerdan los seis millones de víctimas y la sociedad propone una reparación, dan esta filosófica respuesta: “No hay plata”.

Y cuando el Gobierno manda una delegación de víctimas a La Habana, la representante María Fernanda Cabal se burla del dolor de Ángela Giraldo, hermana de uno de los 11 diputados del Valle asesinados por las Farc, y dice sin rubor alguno que Jaime Avendaño, funcionario de la Presidencia, es Andrés París, y esgrime, como prueba reina, un dato digno de una comadre incontinente: que la señora Giraldo fue novia de Lucho Garzón (El País, agosto 22, pág. A6).

Como soy un caballero, no comentaré el feo subido de la señora Cabal, ni me fijaré en que lleva el pelo muy largo y muy despelucado para una matrona que carga medio siglo a cuestas. No. Considero que todas, incluso las feas prognáticas, tienen derecho a llevar su pelambre como les provoque, e incluso a trinar mil sandeces por segundo.

Soy de los pocos que aún confían en que la oposición del Centro Democrático sirva de talanquera contra la hegemonía del santismo. Pero también creo que la investidura de los cargos obliga a guardar un mínimo de decoro, y que los “camisas negras” deberían disimular su alergia a la paz.

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