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Frigidez y educación sexual

Mauricio Rubio
06 de marzo de 2014 - 04:00 a. m.

“A mí en realidad el sexo no me interesa”. Con esa lapidaria sentencia ante la terapista que visitaba para intentar salvar su matrimonio con Camilo, Catalina cerraba un ciclo iniciado tres años atrás, cuando se casaron sin haber tirado.

Las razones para no pasar del bluyineo fueron tajantes. El condón era inseguro, los demás métodos contraceptivos tenían efectos secundarios y cualquier sitio para hacerlo era arriesgado e impediría los preámbulos. Camilo no supo cómo manejar una virgen tan informada.

Como hubiera anticipado Simone de Beauvoir, la noche de bodas fue un desastre. Insólitamente acabaron hablando de la niñez y de la suegra. Al volver a sus rutinas, con disculpas varias, Catalina logró imponer el horario para el sexo. El polvo semanal era los sábados, a media mañana, después del baño y ya reposado el desayuno. Ni siquiera tan magra frecuencia y elaborado ritual garantizaban que ella siempre llegara. Camilo insiste que se esmeraba. Durante la terapia volvieron a salir a flote los recuerdos de infancia de Catalina. En las escenas evocadas, dignas de Buñuel, una señora en bata y con rulos entraba a medianoche a la habitación de las hijas a despertarlas “porque su papá no ha vuelto ni me ha llamado”. El discurso que seguía, entre amargado y resignado, era siempre una variante sobre la sinvergüencería masculina.

Catalina pertenece a esa generación en la que, según una encuesta realizada hace unos años, un nada despreciable 36% de las colombianas reportan ser frígidas. Aunque entre las jóvenes la fracción es menor, el promedio sigue siendo alto, 21%. Con varios millones de compatriotas sufriendo de anorgasmia, es casi imposible encontrar testimonios. Fue arduo convencer a Camilo para que contara detalles de su experiencia. Un indicio de la magnitud del silencio es que si se googlea “aborto en Colombia” se obtienen treinta mil veces más respuestas que con “frigidez”. En otro sondeo posterior sobre sexualidad ni siquiera se hizo la pregunta pertinente.

Una buena fuente de información sobre comportamiento sexual de las mujeres, la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), no indaga directamente sobre la dolencia pero con algunos supuestos es posible construir un indicador. Estos datos señalan que la falta de deseo en las colombianas está positivamente relacionada con la edad, el número de hijos, la violencia de pareja y, sorprendentemente, con la educación sexual. Haber oído hablar del sexo y sus riesgos en un aula implica un incremento del 40% en los chances de frigidez. Una psicóloga anota acertadamente que estos cursos a los adolescentes deberían también abordar el "placer y el erotismo, una sexualidad preventiva pero no catastrófica". Como factores negativamente asociados con la inapetencia sexual aparecen en la misma ENDS la participación laboral, el número de parejas en la vida y haber recibido un piropo en la calle (no me atrevo a especular sobre el significado de esta última correlación). Para consuelo de Camilo, el inicio sexual tardío parece incidir en la falta de deseo pero no de manera significativa.

El truco farmacológico que alivió la impotencia masculina no ha podido extenderse a la frigidez, que requerirá tecnologías más sofisticadas. Entre tanto, en Colombia el problema podría agravarse. Preocupa que en el futuro la educación sexual, ya de por sí matapasión, le sume a las prevenciones sanitarias los llamados problemas de género e incorpore la obsesión con el aborto, la defensa del matrimonio gay y, sobre todo, la magnificación de la violencia sexual. Metiendo nuevos miedos y cultivando la desconfianza hacia los hombres se replicará lo que con tanto esmero hicieron, cada uno a su manera, el papá y la mamá de Catalina. 

 

Referencias y cálculos

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