Fronteriza

Tatiana Acevedo Guerrero
02 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Una noticia en la prensa de esta semana sentencia: “Manatí, el pueblo costeño tomado por migrantes de Venezuela”. Si se esculca hacia atrás entre la migración, el municipio de Manatí sobre las aguas del Canal del Dique y la frontera (entre la región, sus lluvias y ríos), es posible contar otra historia.

Hace algunos meses el gerente del Fondo de Adaptación anunció nuevos retrasos en la recuperación del Canal del Dique y predijo que concluirán en 2021. El Universal de Cartagena resumió la frustración en la región: “aunque sería mejor que las obras estuvieran listas antes, hay que estar vigilantes porque es posible que se atrasen más”. En diciembre de 2016 estas mismas poblaciones recibieron malas noticias pues un Juzgado falló a favor de la nación en la acción popular presentada por la ruptura del Canal del Dique. La ruptura en 2010 trajo la inundación del sur del Atlántico. Manatí y otros municipios denunciaron la responsabilidad del Estado, que no reaccionó a tiempo ante la inminencia de la catástrofe. El juez argumentó que todo se debió al fenómeno de La Niña, sin precedentes en la historia.

En la medida en que el agua fue evaporándose, absorbiéndose en la tierra después de la destrucción de las casas, de las cosas, del ganado, los cultivos y los peces, las ayudas llegaron. La investigación del profesor Alejandro Camargo narra los retrasos en las obras, que se demoraron dos años en empezar y cuenta que el camino de la recuperación fue empantanado. Camargo afirma que, pese a la millonaria inversión, algunas comunidades quedaron fuera de la “prosperidad para todos”. Desencuentros entre expectativas y proyectos decididos en Bogotá, abundante oferta de cursos y entrenamientos, pero escasez de subsidios para poner enseñanzas en práctica. Además de otras varias razones para el pesimismo, el endeudamiento de los campesinos de la zona hizo difícil el acceso a nuevos créditos para iniciar los proyectos productivos que el gobierno pregonaba.

Un gerente del Banco Agrario explicó a los campesinos que era imposible renunciar a las deudas y procesos legales. “Desafortunadamente”, afirmó, “el sistema de crédito colombiano nunca considera contingencias como la catástrofe que devastó su región. No hay nada que podamos hacer, incluso si quisiéramos. La única solución es pagar. Si usted no paga, el banco no confía en usted de nuevo”. El profesor Camargo analiza las estrategias de la población que, privada de créditos privados y estatales, recurrió a la maraña de redes (vigente por décadas) con Venezuela.

Lo cierto es que la destrucción sí tenía precedentes: hubo inundaciones por las mismas aguas en los mismos municipios en 1984, 1992 y 1995 (la desconfianza de los campesinos en el Estado y sus distintas promesas también tenía antecedentes). En épocas de bonanza en Venezuela migró la gente que mantuvo a flote a familias durante tiempos difíciles en Colombia. Con la crisis venezolana comunidades en todas partes de la frontera recurrieron a combinaciones de remesas y mercados negros de divisas para amparar el flujo de plata binacional que permitía su supervivencia en uno y otro país.

Así, no hay frontera delimitada, sino cientos de familiares, novios, socios y conocidos que, entre idas y venidas, llevan pasando trabajos mucho tiempo. No hay tampoco una “toma” venezolana del pueblo de Manatí. Lo que hay son caribes que llegan y vuelven a buscar futuro del lado colombiano de la frontera. Pues lo único que se “ha tomado” y se toma periódicamente el sur del Atlántico, son las aguas.

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