Fuerza

José Fernando Isaza
16 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Es lo que muestran las imágenes de las marchas de las Farc hacia las zonas de concentración. Es la oficialización del fin de la guerra, de la renuncia al uso de las armas en la política, por la palabra que busque convencer. En la práctica, la confrontación con la guerrilla de las Farc terminó hace más de un año, cuando la insurgencia aprobó el cese unilateral del fuego y a los pocos meses el Gobierno aceptó el cese bilateral de hostilidades.

A pesar del natural escepticismo que inspiran las Farc, hay que reconocer que cumplieron con el cese del fuego. Atrás quedaron los ataques a las poblaciones, los secuestros masivos, mal llamados pescas milagrosas, los atentados a las infraestructuras, los enfrentamientos con el Ejército.

Hoy es posible viajar por tierra en casi toda el área cubierta por la red vial. Bueno, cuando no está el paso interrumpido por fenómenos geológicos o protestas ciudadanas. El aumento del turismo interno y el mayor flujo del externo, por las mejoras de la seguridad en el campo, han contribuido a atenuar el impacto económico de la reducción de los precios del petróleo.

El baby boom de la guerrilla es una clara señal de que cuando avanzaron las negociaciones apostaron a que estas terminarían con la firma de un acuerdo de paz. Las lanchas en los ríos de la Orinoquía y de la Amazonía y en el Magdalena transportando columnas guerrilleras, el saludo a estas por las comunidades con banderas blancas, las miradas de esperanza y no de terror son imágenes que perdurarán.

La casi totalidad de los desmovilizados no tienen la edad para haber conocido en carne propia el origen de esta guerra cincuentenaria. Dentro del pensamiento hipotético se puede pensar que Colombia se hubiera podido ahorrar esta guerra si, en lugar de bombardear una comuna campesina que no era una real amenaza para la supervivencia de la cultura occidental, hubiera aplicado políticas agrarias de integración, como lo hizo con la otra comuna en Sumapaz. El líder de ésta, Juan de la Cruz Varela, fue elegido al Congreso y años después murió de causas naturales: la edad avanzada es una causa natural de muerte.

El país debe valorar todo el significado de la confianza que muestran los guerrilleros en que se van a respetar los acuerdos. Están concentrados en unas pocas zonas veredales de áreas medidas en hectáreas y no en miles de kilómetros cuadrados. Las movilizaciones evocan episodios épicos, pero de paz y no de guerra. Qué diferencia con el dramático éxodo de campesinos desplazados por acción de las mismas Farc, de los paramilitares y aun del Ejército. No hay disparos en la larga marcha de la concentración guerrillera. Los rostros sonrientes, los llantos de los bebés y los problemas logísticos de suministros de pañales hacen pensar que sí es posible vivir en un país en paz.

Algunos piensan que no era viable que se pudiera contemplar cómo una guerrilla no derrotada, en un acto de total confianza y esperanza, recorre en buses, lanchas, chivas y a pie cientos de kilómetros para concentrarse, renunciar a las armas, someterse a tribunales de justicia y aceptar las reglas de ejercer la política sin violencia.

Asesinatos como el de Guadalupe Salcedo y genocidios como el que sufrió la Unión Patriótica no pueden repetirse si no queremos otro siglo de infortunio y guerra. La sociedad debe evitar que se repitan estos hechos que nos llenan de vergüenza si queremos reconocernos como un país civilizado.

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