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"Gabito"

Antieditorial
01 de diciembre de 2014 - 03:00 a. m.

Más allá del patrioterismo súbito, chocante, egoísta, oportunista, folclórico y pendenciero, el epicentro de las memorias y el preciado legado de “Gabo” no debió haber sido otro diferente que su país de origen: Colombia.

Ese tesoro debería pertenecerle al “pueblo”. No al Estado (se pervertiría en segundos).

Y, con aún más derecho, al municipio de Aracataca, departamento del Magdalena. Aquel lugar que transmutó e irguió la inspiración e imaginación del nobel hasta la cúspide de las letras. Hasta el nirvana de la Señora Literatura. Su musa inmortal.

Aquí, en Colombia (no en Zimbabue, Tokio, Nueva York ni en La Habana), por y para su país, “Gabo” ideó, plasmó y construyó el prodigio. La multiplicidad de obras que enamoraron al mundo.

El rótulo de “hombre universal” es merecido; porque la literatura lo es. Y ‘Gabo’ la encarnó, honró y realzó como ningún otro. Su iluminación y los acontecimientos en cada novela fueron, ciertamente, una ofrenda al conocimiento y al esparcimiento de la humanidad. Pero en Colombia la forjó. Desde el Magdalena empezó a concebir sus “fábulas” de escultura excepcional. Para su tierra y su gente, mucho antes que para el mundo.

El cofre con monedas de oro de donde manó el arco iris que atravesó Colombia, y luego el resto del planeta, existe y tiene nombre propio: Aracataca. Aquel municipio a donde llegó el ferrocarril produciendo tanto júbilo y bonanza en los dominios de Macondo. El elixir de sus nativos beatificó simultáneamente ciencia y literatura. Espacio incorpóreo pero sublime que vio reverdecer a un médico lujurioso en La Hojarasca. Que vertió para el ingenio del país la historia de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Los desafueros de Aureliano, la agudeza de Melquiades, las tribulaciones de Pilar Ternera, Rebeca, Fernanda del Carpio y demás; que entre relaciones incestuosas, suicidios, fiebres, traiciones y etc., embadurnaron de color la piel del Magdalena y de la, para entonces, “opaca” Colombia.

No sé qué tan onerosa fue la venta del archivo personal de ‘Gabo’ a la excepcional Universidad de Austin, Texas; pero sí estoy convencido que nada gratuito fue para Florentino Ariza y Fermina Daza ver perpetuar su amor en los tiempos del cólera; tampoco para Bayardo San Román y Santiago Nassar, enamorarse de la misma mujer; esculpiendo crónicas de muerte. Ni mucho menos, para el coronel, haber soportado una y otra vez la llegada de una lancha que nada le traía de aquel que nunca le escribió; o para el marinero colombiano Velasco, resistir las inclemencias de su naufragio y las exposiciones públicas en una hamaca. Y ni hablar de la tormentosa vida de la Cándida Eréndira al lado de su desalmada abuela y los feroces intentos de Ulises para liquidarla, destazándola finalmente cual cordero.

Realismo Mágico puro; que ‘Gabo’ le debió a la maravillosa tierra con la que se casó su inspiración.

Nadie duda que será ardua la tarea por parte del Centro Harry Ransom de “clasificar, rotular y desenmarañar lo que estaba en la mente del escritor”; pero, reitero, aquella exquisita joya para Colombia (y para el cosmos, por supuesto) debería reposar aquí. Porque a otra conclusión no se llega cuando, con absoluta certeza, podemos afirmar que García Márquez transmitió el ambiente colombiano en sus textos.

El viento que desde Aracataca sopló el cabello de Macondo fue un crucial fenómeno para él y sus obras. Contra ese mismo viento correrá la memoria del país en busca del legado de ‘Gabo’, aquel cuyo espíritu jamás abandonará Colombia. Ninguna voz en el mundo lo podrá extraer. “Ni siquiera la voz de Ulises”.

Inmune incluso, a las hormigas que devoraron al “hijo cola de cerdo”, de doña Amaranta.

* Fernando Alberto Carrillo Virguez

 

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