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¿Gais enfermos?

Juan Carlos Botero
27 de febrero de 2015 - 04:09 a. m.

Por desgracia es cierto.

Los homosexuales están enfermos. Se ha dicho desde hace años. Y quizás nadie lo sabe tanto como la Corte Constitucional, que la semana pasada anunció una sentencia demoledora para la causa homosexual: una pareja gay no puede adoptar a un menor en Colombia, salvo si uno de los miembros de la pareja es su madre o padre biológico.

Otra persona que piensa lo mismo es el procurador Alejandro Ordóñez, quien ha librado una larga batalla a favor del orden tradicional de la familia. E igual la Universidad de la Sabana, que en un documento reciente declaró sin rodeos que el homosexualismo es una enfermedad.

Sin embargo, quien más defiende esa tesis es PFOX, el conocido grupo “Familiares y Amigos de Gais y Exgais” en EE.UU., que opina que un homosexual puede cambiar de tendencia sexual si así lo desea y con terapia. Por ello lanzó una ambiciosa campaña publicitaria, con una valla y un hombre heterosexual que figura al lado de su hermano mellizo, que es gay, y una frase inequívoca: “Nadie nace gay”.

No obstante, aquí hay un pequeño problema. Y es que el modelo del anuncio, Kyle Roux, no tiene hermanos y menos uno mellizo, y además aquel grupo utilizó su imagen sin su consentimiento. Pero lo mejor de todo es esto: Roux es gay. Soy orgulloso de ser homosexual, afirmó en protesta contra PFOX. Y agregó, inequívoco: “Yo nací gay”.

Así es. Resulta que los gais no son enfermos. Pero sí están enfermos. Enfermos de ver cómo, durante siglos, sus derechos han sido negados, sus impulsos sentimentales insultados y sus deseos sexuales prohibidos, reprimidos y satanizados. Están enfermos de ver su vida privada calificada de delito, sus apetitos carnales interpretados como pecado, y sus afectos tildados de “abominación”, como lo dice un libro considerado sagrado por millones de creyentes, que es la Biblia. Están enfermos de ser tratados como seres de segunda categoría, que pueden mantener una relación estable con su pareja durante años, y, sin embargo, gozar de menos derechos que un par de personas heterosexuales que se conocieron la noche antes en un bar.

Más que nada: los homosexuales están enfermos, y con razón, de vivir en un país cuya Constitución declara que todos somos iguales, cuando en la práctica no es cierto. Y eso llama la atención. Porque la Declaración de Independencia de EE.UU. dice algo similar: “Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades, que todos los hombres son creados iguales”. Sin matices. No “iguales excepto…” Y, si se admite esa idea de la igualdad humana, hay que ser consecuentes con ella, y eso significa que toda persona, sin que importe su religión, su orientación sexual, su color de piel o su origen, debe gozar de los mismos derechos.

Este fallo de la Corte es una vergüenza. Y es raro, porque esta corte ha sido una de las más progresistas del mundo. Pero ahora ha impedido la solución de dos serios problemas: el de las parejas del mismo sexo de poder tener hijos, un anhelo legítimo que nadie puede cuestionar, y el de facilitar un hogar para los menores que viven en orfanatos. Pero más que eso, de por medio está el principio de la igualdad en el país. Es un triste paso atrás en el tema de los derechos humanos. Los derechos que la Corte dice defender para lograr mayor igualdad y justicia social.

 

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