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Galán, 25 años después

Santiago Montenegro
18 de agosto de 2014 - 03:00 a. m.

La muerte de Luis Carlos Galán es uno de esos hechos que nos obligan a recordar el lugar y las circunstancias exactas de lo que hacíamos al enterarnos del suceso, como sucede con la llegada de Neil Armstrong a la Luna o el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York.

En agosto de 1989, con mi esposa habíamos salido de Oxford para recorrer el valle de Loira y conocer sus castillos. En ese entonces, no existía ni internet, mucho menos los celulares o los ipads, razón por la cual la desconexión era total, sumada al hecho de que llevábamos muchos días sin ver televisión.

Ese estado de aislamiento fue interrumpido, sin embargo, al llegar a un pequeño hospedaje en Chinon, donde un empleado del establecimiento comentó que algo grave había pasado en Colombia, sin precisar exactamente qué.

Angustiado por el comentario, di con un radio de onda corta en el que muy pronto logré sintonizar las noticias de la BBC y, en esa forma, enterarnos de que Luis Carlos Galán había sido asesinado el día anterior en Soacha.

Antes de estudiar en Inglaterra, no lo había conocido personalmente, pero le tenía un gran admiración y respeto, a pesar de que no compartía sus orientaciones políticas. Porque, contrario a una gran mayoría de compañeros de la universidad, quienes se vincularon muy pronto al Nuevo Liberalismo, yo fui un simpatizante de base del movimiento Firmes, que fundaron, entre otros, García Márquez, Gerardo Molina, Enrique Santos Calderón, alrededor de la revista Alternativa.

Fundado con el propósito de crear una izquierda democrática y moderada, Firmes perdió ese espacio precisamente con Galán, quien, en una u otra forma, buscaba lo mismo desde el liberalismo, lo que se plasmó en una contundente victoria en Bogotá en las elecciones de mitaca de 1980, las que lo catapultaron como una figura de alcance nacional.

Como lo reseñé en una columna hace cinco años, conocí a Galán en mi colegio de Oxford, St. Antony’s, a donde llegó en enero de 1987 invitado por Malcolm Deas y en donde habría de estar hasta mediados de año. Muy lejos de Colombia, de los políticos y de sus seguidores, los pocos colombianos que estudiábamos allí tuvimos, así, una oportunidad única para conocer su pensamiento y también algo de su personalidad y su carácter.

Si en alguna forma puedo definirlo, diría que Galán era un verdadero reformista, que creía en cuatro cosas. Primero, detestaba la violencia como forma de hacer política y, en particular, la crueldad de la guerrilla, que ilustró alguna vez en detalle con el asesinato de Jaime Arenas. Segundo, pensaba que el principal peligro de Colombia era el narcotráfico y que para combatirlo era necesaria la extradición a los Estados Unidos. Tercero, argumentaba que era menester combatir la corrupción y el clientelismo de los partidos. Cuarto, tenía una concepción algo nacionalista de la economía y creía que había que defender los recursos naturales, pero, al mismo tiempo, pensaba que Colombia era demasiado cerrada y debía abrirse al mundo y, en particular, a los países vecinos, como Brasil.

Pero, más allá de sus ideas y de su inteligencia privilegiada, a Galán lo recuerdo como una persona decente, tímido en el trato personal, de un gran humor y, sobre todo, de un amor absoluto por nuestro país. Con su muerte desapareció el mejor presidente que Colombia nunca tuvo.

 

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