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Garajes y Homofobia

Juan David Ochoa
14 de febrero de 2015 - 04:00 a. m.

Cuando la homofobia empezaba a revelarse en Colombia con toda la pulsión de su solemnidad cavernaria frente a la posibilidad de que la Corte Constitucional avale la adopción en parejas homosexuales, y cuando aparecían algunas mentes aduladas por su progresismo de repente aliadas en los bandos de Alejandro Ordóñez para frenar la opción del mismo progresismo que solían defender, como lo hace ahora la indescifrable Viviane Morales junto a todo el ejército de ultramontanos educados en la cultura del prohibicionismo, aparece ahora la academia, la suprema y elevada academia del pensamiento universal a refrenar, también, el tiempo, a prohibir derechos y a obstruir autonomías y libertades entrometiendo sus narices en los procesos internos de un Estado de Derecho.

La elevada y pulcrísima universidad aliada en la nueva caza de brujas es la Universidad de la Sabana, un claustro enmohecido por el prestigio de la cada vez más sospechosa Alta Calidad firmada por un ministerio frenético, y opacada por dentro por las sombras voraces del Opus Dei: la orden del sectario José María Escrivá, acusada desde sus inicios por proselitismo agresivo y excluyente. Lo hacen de nuevo ahora al plantarse radicalmente y enfrentarse con la soberbia propia de apóstoles de Dioses contra el Estado Laico, usando herramientas de investigación con una frivolidad grosera para boicotear un proceso propio de las democracias ajustadas a sus deberes de reconocimiento abierto.

Dice el doctor Pablo Arango, profesor del departamento de Bioética de la facultad de Medicina “las personas homosexuales y lesbianas merecen nuestro respeto como personas, pero hay que señalar que su comportamiento se aparta del común, lo que constituye de alguna manera una enfermedad”. Leyeron bien, un catedrático de ciencia se reafirma en su irracionalidad para difundir el veneno del prejuicio, y sigue sosteniendose en su cargo como propulsor de conocimiento en la universidad que se sostiene también en el aura de la calidad pura y la nobleza de clase, lo que permite aceptar ahora que los garajes no son solo las instituciones levantadas con papeles chimbos y trucos jurídicos amañados para montarse en el comercio de la educación, sino también las mismas universidades sacras que siempre han ocultado su única intención de adoctrinamiento bajo la celebridad de sus cartones ilustres.

Así que el indignado gobierno por el recurrente desastre de la educación en Colombia debe verse ahora con las manos atadas entre el doble racero de la deficiencia, porque en términos más hondos, resulta más alarmante una educación dirigida por los dogmáticos de la fe, engendradores de futuros ministros emponzoñados de odio, que una educación arreglada por los tinterillos de los institutos clandestinos para competir en el mercado.

Hasta hoy, solo la universidad de la Sabana ha revelado la bandera de su cruzada religiosa. Que hablen entonces las otras que muerden su lengua en el placer de ver ajusticiados a los que aún siguen tildando de herejes.

 

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