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Gobernabilidad y paz

Hernando Roa Suárez
09 de abril de 2013 - 11:00 p. m.

Impulsar una nueva cultura de paz, implica construir solidariamente formas de ver, vivir y sentir la ausencia de violencia abierta y estructural.

Reflexionando desde el interior de la instancia política contemporánea, encontramos dos nociones, no las únicas, cuya comprensión teórico-práctica será decisiva para medir el grado de desarrollo de la democracia colombiana en nuestros días y en los próximos decenios. Ellas son: la gobernabilidad y la paz.

En torno a la gobernabilidad democrática. Conocemos que su origen –como muchas nociones fundamentales de la política– tuvo lugar en Grecia, con motivo de las fiestas que se organizaban en honor de los navegantes, de los cibernecios. Estos eran los gobernantes de las naves a quienes se les festejaba su capacidad y destreza para conducir exitosamente las que les habían sido entregadas a su mando y cuidado. Con el paso del tiempo, la noción de cibernética fue recibiendo distintos usos y acepciones hasta que, bien entrado el siglo xx, Winner la precisó como la ciencia de la comunicación y el control. Mas ha sido hacia el decenio de los 70, cuando científicos como Huntington, Deutsch, Watanuki, Crozier, Dror, Prats... fueron perfilando sus nuevas elaboraciones para llamar la atención de la academia y de los hombres de gobierno en torno a distintos tipos de gobernabilidades. Ahora, tenemos publicaciones, investigaciones, especializaciones, maestrías, doctorados y postdoctorados, dedicados a profundizar en el tema de la gobernabilidad. Es relevante el número de eventos y publicaciones, nacionales e internacionales, que –especialmente a partir del decenio de los 90– se organizaron y por supuesto, es significante el interés que en Naciones Unidas y particularmente en el P.n.u.d., se le ha dado a la problemática. Si tenemos presente la conceptualización de gobernabilidad democrática , quisiera hacer énfasis en que está integrada por los siguientes cinco componentes:

i. La capacidad del sistema político para ejecutar políticas públicas. ii. La existencia de un proyecto que permita la satisfacción de las necesidades fundamentales de la mayoría de la población. iii. Que en ejercicio del poder, el proyecto asegure la estabilidad de un orden político democrático. iv. Que se permita una acción eficiente y eficaz por parte del Estado; y v. Que facilite la comunicación ética del gobernante con la comunidad.

Más: ¿habrá existido solamente este tipo de gobernabilidad? No. Sabemos que el régimen zarista fue gobernable hasta que hizo crisis y se institucionalizó el primer gobierno socialista al mando de Lenin. ¿Hitler y Mussolini alcanzarían gobernabilidad? Pues claro que sí y de qué manera, hasta que la irracionalidad propia de sus orientaciones y regímenes naufragó. Si pensamos en la Colombia de 1953: ¿será que Rojas Pinilla alcanzó la gobernabilidad? Evidentemente que sí; no hay que olvidar que “el golpe de opinión” facilitó que el gobierno alcanzara el mayor grado de gobernabilidad desde que Bolívar ascendió al poder por primera vez. Pero... la falta de sentido de grandeza, algunos asesores indelicados e inescrupulosos, hechos graves violatorios de los derechos humanos y la incapacidad intelectual del general, desembocaron en el 10 de mayo, que nos abrió las puertas para volver a recuperar la gobernabilidad democrática a partir de 1958, con ese gran colombiano que fue Alberto Lleras. Si nos trasladamos a la democracia de los 70 en América Latina, ¿qué podríamos decir, por ejemplo, del señor Pinochet? Pues que a pesar de la ilegitimidad de su acceso al poder, con su traición, astucia, ambición, arribismo e indelicadeza, alcanzó lo que había previsto ya su Comandante, ese responsable general democrático que fue Carlos Prats: “Pinochet no descansará hasta buscar por todos los medios hacerse elegir Presidente de Chile” . Y claro, lo alcanzó; ahora sabemos hasta la saciedad cuál es el destino histórico de ese tipo de regímenes y personajes. Pensemos ahora en algunos aspectos que nos facilitan construir una cultura de la paz.

Sobre la cultura de la paz. ¿Existirá una sola perspectiva que se presente con pretensiones de validez universal sobre la paz? La realidad nos indica que este concepto ha evolucionado con el paso del tiempo y los procesos de cambio. Gracias a la interdisciplinariedad en ciencias sociales –y la paz a la que nos referimos es, por supuesto, una noción esencialmente política– hoy tenemos que su construcción tiene implicaciones históricas, políticas, económicas, sociales, culturales, ambientales e internacionales. ¿Cómo podríamos conceptualizarla? Desde el decenio de los setenta, cientistas sociales reconocidos, asesores gubernamentales rigurosos e importantes autoridades de Naciones Unidas, la conciben como la ausencia de violencia abierta y estructural. Así que, una nueva cultura de la paz, podría conceptualizarse como formas de existir, ver, vivir y sentir la ausencia de violencia abierta y estructural.

Pensando en los últimos seis decenios y medio de nuestra lucha política, conocemos que lamentablemente los colombianos no hemos tomado las decisiones de autoridad precisas para abordar y solucionar definitivamente el problema más importante de nuestra sociedad y que en nuestros días pone en peligro la gobernabilidad democrática, la estabilidad de las instituciones y el imperio del Estado social de derecho. En este tiempo, no debemos olvidar que hemos tenido distintos tipos de violencias; desde la preconizada por los partidos tradicionales y vinculadas especialmente al manejo de la burocracia y los intereses en torno al desarrollo del campo..., hasta la contemporánea, donde encontramos el surgimiento de un tipo complejo y original de violencias que combinan guerrilla, narcotráfico, narcoguerrilla, paramilitarismo, terrorismo, bandas criminales y delincuencia común.

Alternativas constructivas. En búsqueda de alternativas constructivas hacia una nueva cultura de la paz y apoyados en el trabajo realizado con Johan Galtung , me permito esbozar diez tareas cuya aplicación práctica podría ser viable en Colombia.

1.- Transformación de conflictos. Esto implica tener en la sociedad un gran número de trabajadores para la paz, que puedan intervenir en conflictos concretos; que puedan dialogar con la gente de tal forma que surjan ideas y salidas nuevas que ellos no han visto antes. 2.- Crear actores para la paz. Constituir grupos y organizaciones, integrados por actores de todos los estratos sociales y conformados especialmente por mujeres y jóvenes, comprometidos con el proceso de paz.

3.- Educación para la paz. Movilizar las escuelas y las universidades. En las escuelas, especialmente en las elementales, tenemos maestras que son, en general, más pacifistas que los maestros. También, movilizar las universidades y en las facultades -de ciencias sociales y ciencias naturales- modificar los currículos y los planes de estudio, incluyendo materias vinculadas con la paz, la convivencia y la solución de conflictos. Complementariamente, es útil que en todas las universidades o en grupos de universidades asociadas, se organicen pregrados, especializaciones, maestrías y doctorados. Es indispensable preparar actores cualificados para construir la paz. Colombia es un laboratorio excepcional para ello.

4.- Periodismo para la paz. Entrenar a los periodistas –de las diversas regiones colombianas- para que no sólo escriban sobre la violencia, sino sobre el conflicto que está detrás de la violencia y entender este conflicto y –sobre todo– buscar caminos para que emerjan soluciones: crear una atmósfera de alternativas creativas. iv.

5.- Constituir zonas de paz. Es decir, crear espacios donde viva gente a nivel local, por ejemplo diez municipios –que forman un tipo de confederación– como zona de paz. Lo recomendable al respecto es que todos los participantes estén desarmados; que exista supervisión internacional; un programa de reconciliación; y un programa de economía de sobrevivencia para eliminar, por lo menos, el miedo de la muerte a través del hambre. v.

6.- Mantener la paz. Implica que creados los espacios para su construcción, la organización de la cooperación con las fuerzas militares civilizadas, es muy importante. Fuerzas militares que se dediquen menos a Klausewitz y más a Sun Tzu. Es una utilización más bien sicológica de las armas. 7.- Reconciliación o reconstrucción. A saber: facilitar la construcción de tejido social y buscar caminos para vencer las conductas desviadas, es decir hay que enfrentar la atonía y la anomia; la falta de cohesión social y las conductas desviadas. Es una tarea difícil pero necesaria. Los ejemplos de África del Sur, Salvador y Guatemala podrían ser muy útiles al respecto. Cuando hablamos de reconstruir, se trata no solamente de edificaciones y construcciones. El gran problema que hay que reconciliar, es el producido por los heridos sicológicos, los desplazados, las víctimas y los traumas de los sobrevivientes de un conflicto prolongado como el nuestro.

8- Negocio-comercio para desarrollo y paz. Esto significa que hay que institucionalizar estímulos comerciales especiales, en las zonas que han sido objeto de conflicto; hay que organizar cultivos alternativos. Por ejemplo, garantizar al campesino que cultiva el café o el cacao, una parte mayor del precio total que paga el consumidor, y así sucesivamente. 9.- Desarrollo para la subsistencia. Hay que crear modos de sobrevivir, energías baratas, microcrédito; enseñar formas de cultivar para tener algo de comer, de vivienda y de vestido. Todo esto es posible a un nivel muy bajo y es indispensable organizarlo si se quiere mantener la paz. Observemos que la economía de crecimiento mata a la economía de subsistencia; es un problema principal. Pensando en Zonas de la Paz, nótese que para que una zona pueda declararse zona de paz, debe ser autosuficiente en materia de necesidades básicas; y 10.- Enfrentar las patologías culturales. Esto implica tener personal cualificado para enfrentar los efectos patológicos producidos por los distintos tipos de violencias a los que hicimos mención. Complementariamente, hay que crear una pedagogía de los valores en torno al respeto a la vida, los derechos humanos, la convivencia, la lealtad, la honradez, el valor y el trabajo... que faciliten enfrentar la existencia de una manera diversa; es decir, invitar a construir sociedad.

A manera de conclusión. Frente a la realidad empírica, sobre el nivel de gobernabilidad vigente y la situación actual de la cultura y el proceso de paz (2013), se impone repensar el quehacer futuro. Por ello, necesitamos líderes experimentados en el proceso de paz colombiano, con raigambre popular y conocedores de lo que implica gobernar y construir paz. Me inclino a pensar que seguir improvisando al respecto, creando líderes inexpertos y artificiales, en el tratamiento de la problemática de la paz, a través de los medios de comunicación, ha sido funesto para nuestra democracia.          roasuarez@yahoo.com

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Referencias
i. Véase el concepto de gobernabilidad en el artículo publicado en este medio el 20 de marzo de 2013.
ii. Prats, Carlos. Una vida por la democracia. F.c.e. México D.C.
iii. Véase Revista La Salle. N0 30 (2000). A propósito del proceso de paz en Colombia. Universidad de La Salle. Bogotá. pp. 13-28; y Revista Análisis político (2012). Construyamos paz y democracia en América Latina: Aportes a su debate y concreción. IEPRI. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. pp. 139-153.
iv. Estúdiense las implicaciones del ambiente creado, a propósito de las manifestaciones organizadas el 9 de Abril de 2013.
v. Es conveniente hacer notar que estas zonas de paz son radicalmente diversas de la lamentable experiencia del Caguán.

 

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