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Gracias, señor Presidente

Cecilia Orozco Tascón
07 de abril de 2010 - 03:44 a. m.

HE LEÍDO QUE EL TRIBUNAL DE EStrasburgo falló en contra de la decisión del gobierno ruso de extraditar a Colombia al entrenador del paramilitarismo, el mercenario Yair Klein.

Y que uno de los argumentos de sus hábiles defensores para alegar que ese angelito podría ser torturado aquí, fue una frase de nuestro Vicepresidente. Francisco Santos, hombre de poder que hará cumplir sin ningún problema su voluntad en tan salvaje región, de acuerdo con la interpretación que le debieron dar en Estrasburgo a las palabras de un funcionario de primer rango, afirmó que ojalá Klein “se pudra” en la cárcel cuando llegue a suelo patrio.

He leído dos declaraciones que el próximo Presidente de este país y primo hermano del Vicepresidente en ejercicio, Juan Manuel Santos, entregó en menos de 24 horas. Señaló que “solo los ‘imbéciles’ no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”, lo que traducido en idioma criollo significa que las convicciones se declinan cuantas veces las conveniencias políticas lo ameriten, o uno es un estúpido. En su segundo destape involuntario, el ex ministro de Defensa compartiendo las ansias de su pariente, expresó el deseo de “que se pudra en prisión” el directivo de la Armada Nacional que se dejó sobornar por Ferrostaal, no tanto, digo yo, por la indignación que produce el delito sino porque el escándalo afectaría su campaña, como superior que fue del presunto pecador.

El saliente Vicepresidente y el entrante Presidente constituyen lo más sobresaliente de una clase de alumnos aventajados. Hablan y se comportan como lo hace su faro y guía: ofensivos en el lenguaje, agresivos en la conducta; provocadores de calle, siempre con el dedo en el gatillo y con la intención de ejecutar venganzas o de tomar revanchas. Ocho años de adoctrinamiento han dejado huella: de resultados en la guerra, sí, qué bueno, pero también de envilecimiento porque permitimos que nos rasaran por lo peor: si los ilegales mataban inocentes por recompensas, los legales mataban inocentes por “incentivos”. Si allá secuestraban al enemigo, acá lo aniquilábamos a punta de miedo, seguimientos y desprestigio. Si allá mentían, acá fuimos maestros del engaño. Si allá robaban, aquí competimos en corrupción.

Y repentinamente, de ese fango surgió lo absurdo: cuatro ex alcaldes, cada uno con un ego más grande que el del otro por la fama que adquirieron cuando transformaron a Bogotá y Medellín, depusieron sus aspiraciones personales por un proyecto común. Semejante acto inesperado, extraño a la politiquería triunfante signada por el egoísmo, la ambición, la traición, el cinismo y el deseo de capturar el Estado para sí, no estaba previsto ni en el libreto más imaginativo de la truculenta televisión. ¿Cómo se materializó este suceso? Álvaro Uribe hizo el milagro: nos mostró la cara más fea que tenemos; sacó a relucir lo peor de nosotros; consiguió que quienes se avergonzaban de sus trampas fueran ganadores y sacaran pecho.

Jamás habría sido posible en Colombia ver a un par de profesores universitarios de matemáticas puras como candidatos a la Presidencia y fórmula vicepresidencial, sin que hubiéramos estallado en risa, salvo ahora, cuando caímos casi hasta el fondo. Antes, la pareja de académicos habrían sido tomados como locos. Hoy son la esperanza de que el país le dé la vuelta a su chip: en vez de bala, oportunidades; en vez de represión, inversión; en vez de sometimiento, educación; en vez de ‘pudrirse’ en las celdas, un sistema viable de salud. Gracias, señor Presidente. Sin usted, no tendríamos esta ilusión.

 

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