Grandes expectativas y profundas frustraciones

Santiago Villa
05 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Bajo la sombra de la retórica nuclear en sus países vecinos, China reúne a los miembros de la alianza BRICS.

Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS) eran hasta hace tres años la promesa de una alternativa a los países del G7. En ese entonces las economías emergentes merecían, quizás más que ahora, su promisorio apelativo. Lograron cifrar poderosas esperanzas. BRIC fue originalmente un acróstico para una estrategia de inversión de Goldman Sachs diseñada por un analista que, en el 2001, predijo que China, Rusia, India y Brasil serían los gigantes del mundo emergente.

La profecía se cumplió, pues en el 2009 los crecimientos de sus economías representaban casi dos tercios del crecimiento mundial. Los presidentes de los respectivos países se tomaron tan en serio a Goldman que ejecutaron una versión Wall Street del adagio de Oscar Wilde, “la vida imita al arte”. Ahora, la vida imitaba al portafolio: se reunieron para darle un logo, unos acuerdos y una foto Benetton en la que cada año los líderes BRIC se cogerían torpemente de la mano. El petróleo, sin embargo, estaba a casi 100 dólares el barril. Había bonanza de materias primas.

En el 2010, cuando Sudáfrica entró como el miembro africano del club de los pequeños gigantes, los BRIC se hicieron pluralistas, BRICS, y los cinco representaron la mitad del crecimiento de la economía mundial. El petróleo había bajado a casi 70 dólares el barril. Se mantenía, sin embargo, la mirada triunfalista. La retórica altisonante. Las ideas audaces.

Cuando se reunieron en Durban, Sudáfrica, en el 2013, anunciaron la creación del Nuevo Banco de Desarrollo, que sería una alternativa al imperialismo financiero del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El presidente de China, Xi Jinping, estrenaba su mandato con una ambición internacionalista, si bien para entonces su país estaba en franco proceso de desaceleración. Las cosas no pintaban bien para los demás, dependientes de la bonanza de materias primas. Brasil, Sudáfrica y Rusia presentían el fin del petróleo costoso. India lanzaba las advertencias: la gordura de las vacas emergentes tenía sus días contados.

Entre el 2014 y el 2016 el mundo emergente se desplomó. Brasil y Sudáfrica padecieron debilitantes devaluaciones a su moneda y entraron en recesión. Rusia, golpeada además por las sanciones internacionales, contaba sus peniques.

La mística de los BRICS parecía haberse extinguido: las promesas de un mundo donde existiese una alternativa de poder que contrarrestase al eje de los antiguos y nuevos poderes coloniales parecían delirios megalómanos de un borracho que se gastó lo que le quedaba de sus cesantías en una última gran megarequetecontrarumba.

A la mañana siguiente, durante la resaca, es decir el 2017, el modesto banco BRICS comenzó a prestar entre 85 y 300 millones de dólares para un puñado de proyectos de energía renovable en cada uno de estos países. Daño no pueden hacer, por supuesto. ¿Quién que tenga corazón puede estar contra invertir en energía renovable? ¿Quién que tenga cabeza puede afirmar que este es el nuevo FMI?

El mundo está cambiando. Sigue cambiando. Eso es evidente. Pero lo hace a pasos muy lentos y cobrando un alto costo ambiental. Las economías no tienen saltos cuánticos. No hay atajos. Los únicos países que mantienen tasas de crecimiento altas son India y China, porque son los únicos que se han convertido en potencias industriales. Hay, sin embargo, que echar un vistazo a sus ciudades para comprender el costo de convertirse en un gigante emergente. ¿Vale la pena hacerlo?

China ha sido el país con las más exitosas políticas de eliminación del hambre, pero la desigualdad es más alta que nunca. Muchos de sus ríos están secándose. Casi todos están contaminados. En India la lucha contra la pobreza parece una tarea propia del teatro del absurdo. Como esperar a Godot. Entretanto sus grandes ciudades son sopas de smog.

El banco BRICS puede invertir unos pocos cientos de millones en modestos proyectos de energías renovables, pero sus grandes ambiciones no podrán correr a punta de paneles solares. Tampoco con sus esporádicas bonanzas de materias primas. No hay por lo pronto una entrada distinta al crecimiento económico sostenido que la industrialización extensiva, frenética. No hay industrialización sin energía, y no hay energía sin combustibles fósiles.

Esa ecuación es, finalmente, la que me genera cierto alivio de que las grandes expectativas hayan quedado en profundas frustraciones. Es 2017, y de los BRICS, tres de cinco todavía respiran aire más o menos puro. Tienen aguas más o menos limpias.

Twitter: @santiagovillach

 

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