En los últimos meses se vislumbra el comienzo de una guerra de divisas que deja al descubierto la confusión de los líderes mundiales y de los pensadores económicos.
Japón devaluó 15%, Brasil gradualmente, el dólar se depreció con respecto al euro y China mantiene inmodificado el yuan.
En esta confrontación aparecen países con grandes revaluaciones y déficits en cuenta corriente que los precipitan en recesiones sin salida. Las políticas monetarias y fiscales corrigen una dolencia a cambio de agravar la otra, como ocurre en las naciones periféricas de Europa y ahora se insinúa en América Latina.
El principal causante o agravante del desorden mundial es Estados Unidos, que inunda al mundo de liquidez para devaluar el tipo de cambio. De hecho, los países quedan abocados a entradas de capitales que no son susceptibles de detenerse con la política monetaria tradicional, porque la tasa de interés no puede ser negativa. A menos que se aparten del orden preestablecido, están expuestos a una revaluación igual a la diferencia de tasas de interés.
La solución no es difícil de vislumbrar. La globalización dio lugar a un marco recesivo por la caída de los ingresos del trabajo con respecto al capital, que solo puede subsanarse con un déficit fiscal mundial de más de 5% del PIB. La viabilidad de la fórmula está condicionada a una gran coordinación que compatibilice los sobrantes y faltantes de las cuentas externas y distribuya los déficits fiscales de acuerdo con el tamaño de los mercados internos. Infortunadamente, los líderes están lejos de reconocer esta realidad y proceder en consecuencia.
Los países más indefensos para enfrentar este panorama son aquellos con los regímenes cambiarios más flexibles y resquemores a la inflación. Mal podría esperar el país que la devaluación se la hagan las naciones desarrolladas. Por eso, lo primero que tienen que hacer las autoridades económicas para enfrentar el desorden mundial es una abierta intervención en el mercado para fijar el tipo de cambio y adquirir todas las divisas a ese nivel sin limitaciones monetarias y restringir los ingresos de inversión extranjera, en particular de la minería.