¡GUERRA… GUERRA ¡

Luis I. Sandoval M.
22 de julio de 2014 - 05:27 p. m.

Las guerras siempre han sido oportunidad para importantes aprendizajes por parte de los pueblos y de la humanidad entera...

 Tales aprendizajes van en dos sentidos realmente opuestos: cómo hacer mejor la guerra, es decir, cómo hacerla más mortífera y cómo evitarla removiendo las causas estructurales y las condiciones coyunturales que la desatan.

Por eso es importante, al momento de recordar las fechas de la primera Gran Guerra del siglo XX (28 de junio, 1914, asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo) y el comienzo del fin de la II Guerra Mundial (6 de junio, 1944, desembarco aliado en Normandía), identificar los aprendizajes positivos más sobresalientes, sobre todo por la circunstancia de que en los últimos 100 años, tan violentos en el mundo, Colombia ha pasado la mitad de ellos en conflicto armado interno que, por fortuna, está a punto de llegar a su fin mediante acuerdos de paz.

El Defensor de la Paz de Marsilio de Padua, siglo XIV, y la Paz Perpetua de Enmanuel Kant, siglo XVIII, condensan los aprendizajes para crear un orden que evite las guerras. La Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada en pleno siglo XX (1948, diciembre 10), después de las dos conflagraciones mundiales, pero gestada – “inspirada” en el horror de Auschwitz y de la bomba atómica sobre Hiroshima-Nagasaki – consagra la visión de un nuevo ideal de convivencia y respeto entre los seres humanos.

“No es sorprendente que la humanidad, horrorizada por las indecibles atrocidades de algunos regímenes recientes equipados con todos los conocimientos destructivos de la ciencia y la tecnología modernas, hayan clamado desesperadamente por una ley internacional de los derechos del hombre, lo mismo que en las rebeliones críticas contra las tiranías de otras eras se reclamaban estatutos de derechos nacionales o locales. Pues los estatutos de derechos son siempre acusaciones grandiosas contra los regímenes del pasado, así como promesas de protección contra los mismos abusos por parte de regímenes futuros” (Arnold Lien, 1947, integrante del grupo que preparó la Declaración Universal de DH).

Sin duda a esta saludable lógica obedece la carta de derechos incluida en la Constitución colombiana de 1991 y a ella obedecerán las orientaciones axiales de los acuerdos de paz con las insurgencias de las FARC y el ELN. Nuestro aprendizaje de las sucesivas y múltiples violencias que ha padecido el pueblo colombiano no podrá ser otro sino un concepto renovado de colombianidad y un proyecto compartido de país (columna anterior) que tenga el sentido inequívoco de realizar la vida en todas sus dimensiones (humana, ambiental, cultural, social, política…) en paradójica reciprocidad con lo que ha sido la multifacética lógica o culto de la muerte, el terrible amor por la guerra del que hemos hecho gala durante décadas.

Así como tuvimos la osadía de tomar decisiones políticas para hacer la guerra, hemos de tener la audacia de tomarlas para hacer la paz. Todos y todas, las instituciones y la sociedad en su conjunto, estamos obligados a reflexionar y sacar las conclusiones de las guerras de otros y de nuestras propias guerras, inclusive de nuestras guerras por la paz.

“Si queremos ver menguar el horror de la guerra para que la vida siga, es necesario entender e imaginar. Nuestro fracaso a la hora de comprender quizá se deba a que nuestra imaginación está atrofiada y nuestros modos de comprensión requieren un cambio de paradigmas… ¿Por qué nuestro método de comprensión no puede comprender la guerra? La respuesta apunta, según Einstein, a que los problemas no pueden ser resueltos en el mismo nivel de pensamiento que los creó” (Hillman, 2004).

lucho_sando@yahoo.es / @luisisandoval

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