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Guerra libresca

Ana María Cano Posada
20 de octubre de 2011 - 11:00 p. m.

Los pronunciamientos suenan a profesión de fe.

Los curados en espantos que cultivan este oficio y tienden en otros temas a tomar distancia, en el de los libros y su “desaparición”, hacen exorcismos contra la malignidad del libro digital. Es una guerra libresca de atemorizados, que se comportan como si alguno de los bandos pudiera perder.

Si partimos de la base que tanto a los defensores del libro físico como a los promotores del libro digital les interesa lo mismo: que se lea más, que crezca la oferta de libros y de autores y de idiomas, que se acerquen la necesidad y la satisfacción de los lectores, unos y otros podrán multiplicarse en esta modernidad líquida que vuelve flexible la obra escrita y su consumo en varios envases.

El texto de Eco y Carrière, Nadie acabará con los libros, tiene tono evangelizador. Y un autor nuevo como Jorge Volpi esgrime una victoria segura para el libro electrónico en El País. “¿Por qué cuesta tanto esfuerzo aceptar que lo menos importante de los libros —de esos textos que seguiremos llamando libros— es el envoltorio? ¿Y que lo verdaderamente disfrutable no es presumir una caja de cartón, por más linda que sea, sino adentrarse en sus misterios sin importar si las letras están impresas con tinta o trazadas con pixeles? El predominio del libro electrónico podría convertirse en la mayor expansión democrática que ha experimentado la cultura desde... la invención de la imprenta.” (http://www.elpais.com/articulo/opinion/Requiem/papel/elpepiopi/20111015e...).

Se juega mucho en términos de derechos de autor, de expansión del mercado editorial y, en especial, del decrecimiento de distribuidores e impresores, que antes se comportaban como amos, dueños de autores y de lectores, cuando en realidad eran dudosos mediadores, y a veces un obstáculo, lo cual pone de nuevo las cartas sobre la mesa para que se renueve la partida.

Si ya había pasado antes, por qué la alarma. A cada medio le pronosticaron la muerte con su reemplazo. Ya pasaron por esas el teléfono, la radio, el cine, la televisión, el fonógrafo, la grabadora, el disco, la cámara fotográfica análoga, el video, la imprenta, la impresión digital, el periódico, el libro, la carta, el télex, el fax, el correo electrónico, el celular, y pronto serán las redes sociales y el iPad. Una sucesión de inventos que mejoran la respuesta a una misma demanda: de expresión, de información, de creación, de comunicación, que mueven la evolución humana. El libro electrónico trata de inventar el soporte que almacena libros, donde el lector puede armar una obra suya compuesta de la cuidadosa recolección de hallazgos, en una biblioteca expedita, en un compendio de autores, de temas o de géneros, como hace el iPod con la música.

La promesa que abre las compuertas de este mundo compartido entre libros como tesoros, en su formato tradicional, y libros electrónicos, es acercar el acceso a textos impensados y hacer del lector un creador que desarrolla la habilidad para procesar materiales que recoge y clasifica. Aún los escépticos de la era digital aspiran también a “ordenar el caos y administrar la incertidumbre” y por eso llegarán a convivir en las casas, en las librerías, en las bibliotecas, en los planteles, libros de uno y otro género, porque una cosa es cierta: cada vez serán más los lectores y cada vez será más fértil la acción de leer.

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