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Guerras y revoluciones

Augusto Trujillo Muñoz
18 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

Esta vez no fue una persona sino una institución emblemática la ganadora del premio nobel de la paz.

Es oportuno registrarlo, porque la actual crisis europea no puede neutralizar la proyección histórica del mayor esfuerzo que se ha hecho en los tiempos modernos por aclimatar la convivencia. Es cierto que la modernidad trajo consigo una apuesta por la razón y por la defensa de los derechos individuales. Pero también inauguró el absolutismo político y arrasó con las conquistas forales del medioevo.

El pensamiento moderno ha dirigido al mundo durante los últimos quinientos años. Incubadas en la vocación expansiva de Europa, entre los siglos xv y xx se vivió un largo período de guerras que, después de los tratados de Westfalia, tomaron el cariz de guerras nacionales. El siglo xviii les agregó un nuevo ingrediente: las revoluciones.

A pesar de la crisis que acusan muchos paradigmas modernos, el estado-nación y la lucha de clases son los dos que mejor estimulan las guerras y las revoluciones. Unas y otras cambiaron la geografía y la historia modernas, pero ninguna pudo cumplir sus promesas de liberación.

Al siglo xxi, que comenzó hacia el final de los novecientos, se debe la ruptura con el pensamiento único y la apertura hacia una conciencia de pluralidad. Quedaron atrás las confrontaciones entre monarquía y república o entre capitalismo y comunismo, para dar paso al debate universalismo-comunitarismo, más propio de los tiempos que corren.

La relación aldea global/aldea local y el auge del multiculturalismo obligan a utilizar un nuevo enfoque para analizar la realidad: El mundo ya es binario sino plural. El pensamiento ya no es único sino complejo. La política ya no es confrontación sino consenso de mínimos. En otras palabras, pierden su sentido guerras y revoluciones.

Para los pueblos europeos las dos cosas pertenecen al pasado, pero buena parte del mundo sigue pensando en las guerras y las revoluciones como formas válidas, e incluso legítimas de hacer política. En cambio Europa le apostó una política continental de paz y convivencia. No sin sobresaltos, viene construyéndola desde hace más de medio siglo.

La Europa de los grandes también pertenece a la historia: la de Churchill, De Gaulle, Adenauer. Incluso la de François Mitterrand y Felipe González. Pero ellos gestionaron una idea de futuro que, más allá de los nacionalismos, pudiera dar vida a una cultura de convivencia en la diversidad y a una institucionalidad apta para consolidarla.

La crisis europea está reviviendo los talantes nacionales y conspira contra ese proceso de unidad en la diferencia. Sin embargo, sus pueblos ya se vacunaron contra guerras y revoluciones. Los europeos viven en medio de una relativa paz espiritual. Tienen conflictos sociales, pero decidieron resolverlos políticamente. Razona bien Guillermo Pérez Flórez cuando afirma, en su columna de prensa, que la Unión Europea lleva trabajando por la convivencia el mismo tiempo que llevamos aquí matándonos. Por eso merece el Nobel de la paz.

*Ex senador, profesor universitario, atm@cidan.net 

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