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Guillermo Salah Zuleta

Alberto Donadio
04 de abril de 2015 - 03:00 a. m.

Esta semana me llamaron de Planeación Nacional por un derecho de petición que yo había presentado. Quien hablaba me explicó que se trataba de 5.000 documentos y me preguntó si Planeación podía tomarse una semana más para enviármelos. Le contesté que no había problema. Me dio su nombre: Guillermo Salah, asesor legal de la Dirección de Regalías. Después de colgar pensé que podía ser hijo de Guillermo Salah Zuleta, quien hace 40 años fue secretario jurídico de la Presidencia en el gobierno de Alfonso López Michelsen. Le escribí un correo y me contestó que no tenía hijos, que él era Guillermo Salah Zuleta. A punto de cumplir 71 años, el doctor Salah sigue pues trabajando. Pero esta no es una columna sobre septuagenarios activos, sino sobre el cortocircuito que me produjo su nombre con el escándalo de la Corte Constitucional. Hace muchísimos años no sabía nada del doctor Salah.

Al volver a tener noticias de él pensé que algo tiene que andar muy mal en las instituciones para que el doctor Salah no haya sido magistrado del tribunal constitucional y sí lo sea un terrateniente con fincas en Córdoba y Urabá. Con nueve Guillermos Salah Zuleta, la Corte Constitucional estaría blindada contra escándalos. Lo saben los que lo conocen. Con él sí habría guardián en la heredad. Guillermo Salah también fue secretario jurídico de la Presidencia en la administración de Belisario Betancur. Dos veces fue rector de la Universidad del Rosario. Fue profesor en ese claustro durante 38 años. Su especialidad es el derecho constitucional y el derecho administrativo. Ha sido asesor del Banco de la República y de ministerios y entidades oficiales desde finales de los años 60. Fue embajador en Marruecos y cónsul en Atlanta. Es un hombre culto. Su nombre jamás ha estado vinculado a hechos dudosos. No es latifundista ni minifundista. No asiste a fiestas en planchones por el río Magdalena. Es un distinguido servidor del Estado y un servidor del derecho, un jurista de muchas campanillas. Por sobre todas las cosas ha sido un funcionario público sobrio y austero. Es él y no el señor Pretelt el que debería estar en la Corte Constitucional, siempre y cuando estuviera vigente el sistema de cooptación que rigió hasta 1991 para las altas cortes, en que los magistrados llenaban las vacantes que se iban produciendo.

La cooptación dio muy buenos frutos: Enrique Low Murtra, Miguel Lleras Pizarro, Alfonso Reyes Echandía, Manuel Gaona Cruz, Fernando Hinestrosa, Humberto Mora Osejo, Carlos Galindo Pinilla, y tantos otros. Una persona como el doctor Salah no iría al Senado a hacer strip-tease para que lo elijan. No visitaría uno por uno a los senadores para cotizar su hoja de vida. Él es como los mejores especialistas de la medicina, no tienen que anunciarse, los buscan. Hay todavía algunos Salah Zuleta en el país, grandes juristas, idóneos, conocedores de la Constitución y de la organización estatal, discretos y probos. Se formaron antes del imperio de la república del narco.
Y antes de que el departamento de Córdoba, por obra y desgracia de algunos de sus exponentes, adquiriera una influencia desproporcionada en la vida nacional. Córdoba, con más de 2 millones de cabezas de ganado y una población de apenas 1’700.000 habitantes, periódicamente domina la actualidad noticiosa, casi siempre en mala parte. Los cordobeses han sido martirizados por la atroz sangría que allá se vive desde los años 80. En Palermo hubo un cardenal que se llamaba Salvatore Pappalardo. En los sermones hablaba de los mafiosos de Sicilia como “fratelli assassini”. Córdoba sí que ha producido hermanos asesinos, victimarios de los cordobeses y de todos los colombianos. Algo está podrido en Dinamarca cuando la dignidad de magistrado le correspondió a un aparecido de Córdoba y no a un Guillermo Salah Zuleta. En Colombia la seriedad y la honorabilidad también están en la lista de los desplazados internos.

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