Habría sido presidente

Eduardo Barajas Sandoval
25 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.

No solo desde la jefatura del Estado o del gobierno se le puede servir profundamente a una nación.

Con la mirada puesta obsesivamente en la cima, muchos han desperdiciado su patrimonio político con tal de hacerse elegir, o reelegir, para llegar o permanecer allí; y no son pocas las ocasiones en las que habría sido mil veces preferible no elegirlos, ni reelegirlos, porque desde la cumbre, con tantas herramientas en la mano, algunos le han hecho daño a su país. Unos pocos, sin embargo, han sabido servir de diferentes maneras y aunque no han ostentado la condición tradicional de gobernantes serán recordados para siempre por su lucidez, su sensibilidad política y social, su coherencia, su sentido histórico y su capacidad de anticipación, además del elevado nivel de su ejemplo.

Tony Benn acaba de morir sesenta y cuatro años después de haber sido elegido por primera vez miembro de la Cámara de los Comunes de la Gran Bretaña. Cuando nació era noble y tenía el derecho a ocupar un escaño en la Cámara de los Lores. Sin embargo, conforme a su talante y como buen hijo de un político de tradición liberal y de una teóloga feminista que lucho por la ordenación de las mujeres dentro de la iglesia anglicana, se convirtió en militante del partido laborista, esto es en un auténtico social demócrata, y renunció a sus privilegios de nobleza para quedarse más bien en la Cámara de los Comunes, además de contribuir con entusiasmo a la reforma de desmonte de  los privilegios políticos por nacimiento.

Perteneció a la generación condenada a vivir en carne propia los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Como tantos otros muchachos británicos, educado en Oxford, donde fue presidente de la famosa Unión de Estudiantes, se tuvo que alistar como piloto de la Real Fuerza Aérea y sobrevivió a la guerra para dedicarse a la causa de los socialistas que vinieron a dar forma al modelo europeo occidental de conciliación entre la tradición democrática liberal y algunos conceptos fundamentales de la interpretación marxista de la economía, que resultaron en el modelo de acción vigorosa del estado en sectores esenciales como la salud, la educación, la energía, las comunicaciones y el fortalecimiento de la infraestructura.

Conforme a la tradición británica tuvo la oportunidad de entrenarse cabalmente tanto en la administración pública, ya que fue varias veces ministro, como en la oposición, lugares ambos desde los cuales pudo servir con calidad a su Nación.  Después de su retiro del Parlamento en 2001, para dedicarse a otras formas de hacer política, y hasta el día de su muerte, dedico su energía, su autoridad y su experiencia a la causa de la paz como director de la “Stop the War Coalition”, dedicada a luchar contra la guerra como medio de acción política. Por lo tanto fue duro crítico de las intervenciones occidentales en Irak y Afganistán.

Cuando en 1979, desde la cumbre de su carrera, publicó su libro “Arguments for Socialism”, que en la época costaba 1.75 libras esterlinas, tuvo el buen cuidado de dedicar las primeras páginas a una serie de reflexiones sobre la herencia cristiana del laborismo y del socialismo, lo mismo que a los puentes que unían a su partido con el marxismo y los abismos que lo separaban del comunismo.  Fue también allí donde horrorizado por las violaciones de los derechos humanos en la Unión Soviética, lo mismo que por las intervenciones de Moscú en Hungría y otros países, hizo su famosa advertencia contra las atrocidades cometidas por sociedades que se autoproclamaban como cristianas, haciendo caso omiso de la enseñanzas de Cristo, lo mismo que contra aquellas que cometieron tropelías autoproclamándose socialistas, haciendo caso omiso de la verdadera moralidad del socialismo.

En 2006 a alguien se le ocurrió en Gran Bretaña realizar una encuesta que les preguntaba a los ciudadanos cuál era su “héroe político viviente” y Tony Benn resultó en el primer lugar, tres puntos por encima de Margaret Thatcher.  Esto hizo recordar las épocas de su acción en el gobierno socialista de James Callaghan, cuando entre estudiantes universitarios un sondeo sobre la hipotética posibilidad de que los países del Reino Unido tuvieran un Presidente en lugar de un monarca resultó también favorable a Tonny Benn, de quien muchos dijeron que habría podido presidir bien la vida de la nación. No se conocen los comentarios que sobre esa hipótesis hiciera este político que dijo varias veces que su educación siempre seguía en curso y que supo entender el servicio de las causas públicas como una tarea permanente, realizada ante todo durante sus cuarenta y siete años en el Parlamento como lugar de discusión y de controversia constructiva sobre los grandes temas de interés común.

La existencia, y ahora la ausencia, de personajes como Tonny Benn, conducen inevitablemente a preguntarse si en la feria permanente de la acción política en nuestro medio, con sus veleidades y obsesiones, con la escasa profundidad y profesionalismo que de cuando en cuando se advierten, y con la falta de entusiasmo ciudadano por nuestro liderazgo político, podemos advertir en el escenario la presencia de personas de esa talla, de ese talante y de esa significación. 

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