¿Qué hacer?

Oscar Guardiola-Rivera
15 de junio de 2016 - 04:39 a. m.

En el norte global, el sector financiero y el espacio virtual en el que opera constituyen el escenario en el que tienen lugar los conflictos actuales. En el sur global, esas luchas se desarrollan en torno a la tierra, la disolución de la relación de las comunidades con ésta, la desposesión, el desplazamiento forzado y las economías de extracción. Esto último ayuda a comprender el paro agrario ocurrido en Colombia en días pasados y la violencia inaceptable que ha acompañado la reacción estatal contra ese sector, indígena, afro y campesino, de su población civil. Tampoco sería posible entender bien lo que sucede en Brasil o Venezuela. La vulnerabilidad de sus economías frente a la volatilidad de los precios de los recursos naturales extraídos las más de las veces de las zonas en las cuales habitan dichos sectores, en buena medida explica sus conflictos actuales.
 
Sin lo primero no se entienden la desesperanza y frustración de amplios sectores de una población abandonada por una clase política a la que percibe corrupta, en el bolsillo de poderes financieros que carecen de lealtad nacional. Ello explica, por ejemplo, la reacción de un sector en apariencia mayoritario de la población británica que, de acuerdo con las encuestas, estaría dispuesto a votar para que esa nación abandone la Unión Europea, a la que ve como un intruso cómplice de poderes financieros que coartan la “independencia” nacional.
 
Y así como en Colombia el Estado ve a indígenas, afros y campesinos como una población disponible o “desechable” y la trata como tal, en Europa y los Estados Unidos abundan los chivos expiatorios: inmigrantes, musulmanes, y gais. De otra manera no se entienden bien ni el fenómeno Trump, ni la masacre de Orlando.
 
Pero ¿qué tal si los conflictos del espacio virtual y financiero, de un lado, y los de la tierra, del otro, no son tan incompatibles como se piensa, sino que antes bien constituyen los dos lados de un mismo fenómeno? Lo usual es sostener que los conflictos sobre la tierra en el sur global son un signo de atraso, mientras que los del norte, asociados al uso de tecnologías que harían posible predecir y producir valores y precios futuros, son un síntoma de su vocación de futuro. La narrativa que sostiene dicha distinción es aquella de acuerdo con la cual las naciones avanzadas muestran a las que supuestamente lo son menos una imagen de su propio futuro. Nótese, sin embargo, que Esta misma narrativa sirve para identificar unas poblaciones como disponibles, en riesgo o en riesgo de convertirse ellas misma en un riesgo respecto de otras. El capitalismo se está repensando, como aceleración tecnológica y extracción, al tiempo que confiesa su propia incertidumbre acerca del futuro. ¿Cómo deberíamos sentirnos, ahora que lo sabemos? ¿Qué hacer, ahora que lo sabemos?

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