Publicidad

Homosexualidad y superstición

Klaus Ziegler
09 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.

Un adolescente homosexual decide lanzarse al vacío desde la terraza de un centro comercial y poner así punto final a su vida.

Su tragedia es una voz de alarma y un recordatorio del interminable historial de miserias y desdichas de aquellos condenados a sufrir toda clase de vejámenes y humillaciones por la única razón de manifestar una preferencia sexual diferente.

La homofobia se alimenta de dos fuentes inagotables de crueldad y sufrimiento: la superstición, compañera inseparable de la religión y de la ignorancia, y la xenofobia en su expresión más general, entendiendo por ello el miedo a lo atípico, a lo raro a lo infrecuente.

Las supersticiones religiosas suelen ser el origen de infinidad de crueldades, tabúes y prohibiciones absurdas. En las Sagradas Escrituras, la homosexualidad se presenta como “la triste consecuencia de una repulsa de Dios". Es difícil estimar cuánto sufrimiento ha generado esta creencia. Durante la Edad Media, los acusados de sodomía eran colgados de los tobillos, boca abajo, y luego cortados por la mitad con una sierra de talar, desde la región inguinal hasta el pecho, comenzando por los genitales. También fue este el destino horrendo de miles de mujeres acusadas de copular con Satanás. En la España de los Reyes Católicos, el “pecado nefando” se consideraba el más abominable de los delitos contra la moralidad. El castigo era la hoguera, o la emasculación. En ocasiones, tras castrar al condenado, los testículos se le ataban al cuello para escarnio público.

Aunque el destino del homosexual ya no sea la hoguera, todavía se los azota, se los lincha, cuando no es que se los condena a muerte o se los cuelga en la plaza pública, como ocurrió hace unos años con dos adolescentes en Mashhad, provincia al noreste de Irán. Y en pleno siglo XXI, el Vaticano llamó a boicotear la iniciativa de 66 países liderada por Francia, la cual buscaba la despenalización universal de la homosexualidad.

No sería justo, sin embargo, buscar el origen de la homofobia en la mera superstición religiosa. Como ocurre con la xenofobia, la aversión contra los homosexuales iría asociada a una forma atávica y primitiva de comportamiento, presente incluso entre algunos animales: el rechazo a todo aquello que se desvíe considerablemente de la media. Los hipopótamos, por ejemplo, son xenófobos y crueles a la manera de los racistas más bestiales. En la manada, el albinismo se castiga apartando del grupo al infortunado animal: el hipopótamo albino es obligado a vivir en el destierro, su vida es miserable y sus posibilidades de reproducción casi nulas. El desdichado suele morir, más a menudo como víctima de las constantes agresiones de sus semejantes, que de las lesiones ulcerantes del inclemente sol meridional.

En el caso de la homofobia, el sentimiento de rechazo hacia preferencias sexuales diferentes se ve exacerbado por el repudio propio del individuo heterosexual cuando imagina el contacto íntimo con personas de su mismo sexo.

Aunque las causas de la homosexualidad sean aún un misterio, todo parece indicar que se trataría, no de una estricta determinación genética, sino probablemente de una predisposición hereditaria. Y aunque algunas características genéticas y neuroanatómicas guardan correlación con la orientación sexual, hasta la fecha la relación causal se desconoce [1]. No obstante, existe suficiente evidencia para sugerir que el comportamiento homosexual pueda estar relacionado con características genéticas transmitidas por vía materna. La hipótesis encuentra sustento en las investigaciones de dos sicólogos, Michael Bailey y Richard Pillard, quienes hace unos años observaron una curiosa estadística: en parejas de gemelos idénticos en las que uno de ellos es homosexual, la probabilidad de que ambos lo sean es del 52%. Sin embargo, en las parejas de mellizos fraternos esa probabilidad se reduce al 22% [2].

De otro lado, el análisis del ADN de 40 pares de hermanos homosexuales reveló que 33 de ellos poseían una característica peculiar: compartían cinco marcadores genéticos idénticos en un segmento particular del cromosoma X, denominado Xq28. Por simple azar, en promedio, solo la mitad de las parejas deberían portar el cromosoma mutado (cada hermano recibe al azar uno de los dos cromosomas X de la madre), es decir, solo 50%, contra el 83% observado.
La creencia en una construcción social de la identidad de género o de las preferencias sexuales es un hecho empírico insostenible. Si el comportamiento homosexual estuviese condicionado de manera exclusiva por el entorno cultural, la sorprendente constancia observada en el porcentaje de homosexuales (alrededor del 4% entre hombres y del 2% entre mujeres) resultaría imposible de explicar. Personajes como Beatriz Preciado y otras luminarias de esas imposturas intelectuales denominadas “Teorías Queer” se encuentran tan lejos de comprender la sexualidad humana como lo pueden estar el senador Gerlein o el procurador Ordoñez. Y a la hora de desorientar al público, su papel no es menos desastroso.

Pero la mejor prueba de que las preferencias sexuales no están determinadas por la crianza la proporcionan aquellos niños varones afectados por el síndrome conocido como insensibilidad androgénica. La mutación se manifiesta como una respuesta imperfecta a los efectos de la testosterona, y hace que los genitales muestren una engañosa apariencia femenina, de ahí que los portadores del gen mutado sean entonces levantados y educados como niñas. Pero con la llegada de la pubertad se despliega una imprevista y sorprendente metamorfosis: en cuestión de meses, los testículos descienden y el aparente clítoris comienza a crecer hasta convertirse en un pene verdadero; el tono de la voz adquiere un timbre masculino, la barba brota y las otrora jovencitas comienzan a exhibir comportamientos y preferencias sexuales propias de la mayoría de los varones. Y lo que resulta aún más desconcertante: en la mayoría de los casos se invierte la identidad sexual inculcada, en flagrante contradicción con las predicciones ambientalistas. Un extenso estudio de veintitrés familias de la población de Salinas, en República Dominicana, portadoras de la extraña mutación, aparece documentado en la revista Science [3].

No existe evidencia alguna para pensar que la homosexualidad pueda ser un comportamiento aprendido, ni una decisión voluntaria, ni mucho menos una perversión adquirida. De allí que el empeño de los moralistas por “reorientar” al homosexual mediante la debida educación religiosa, o mediante terapia sicológica, sería tan inútil y humillante como tratar de corregir al zurdo obligándole a ser diestro, como pretendían los maestros de escuela hace algún tiempo. No podemos olvidar la trágica historia del genio británico Alan Turing, forzado a recibir terapia hormonal para “curar” su homosexualidad. Lo que se logró es bien conocido: Turing decidió suicidarse, dos años más tarde.

Aunque resulte difícil luchar contra la homofobia, deberá ser a través de la educación y del conocimiento que algún día se logre desterrar este mal. En los países laicos, los educadores deberán comenzar por combatir con la mayor resolución la ignorancia que acompaña toda superstición religiosa. Una sociedad educada deberá comprender que la homosexualidad no es una perversión, ni siquiera una escogencia voluntaria, sino una variación biológica natural, un ejemplo más de la saludable diversidad presente en la gran familia humana, una condición que sea como fuere estamos obligados a respetar.

[1] http://mercaba.org/Filosofia/Etica/la_homosexualidad_a_la_luz_genet.htm
[2] Wright, Robert, The Moral Animal, Vintage Books, Nueva York, 1994.
[3] Steroid 5alpha-reductase deficiency in man: an inherited form of male pseudohermaphroditism, Science. 1974 Dec 27; 186(4170):1213-5.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar