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La hora de la introspección

Un colombiano educado en Francia da su punto de vista sobre el reciente ataque al semanario Charlie Hebdo, en París.

Felipe Stherental
19 de enero de 2015 - 09:28 p. m.
EFE / EFE
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No soy francés, pero Francia es mi segundo hogar. Fui educado por galos desde los 4 años en el Liceo Francés de Cali, cuando el iniciarse en otro idioma se resumía en aprender canciones divertidas y el acercamiento a otra cultura no iba más allá de intrigantes libros llegados de extranjero que cargaba en el maletín. Me crié pues en medio de profesores expatriados, compañeros de otras tierras y vacaciones incomprensibles para el calendario colombiano. Recité las fábulas de La Fontaine, odié con Las Confesiones de Rousseau, devoré La Peste de Camus y estudié el siglo des Lumières de Voltaire y Diderot.

Libertad, igualdad y fraternidad también era nuestro lema, el ritmo de la Marsellesa nuestro himno y la revolución nuestro espíritu. Una escuela muy liberal que calificaban de “hippie-chic” pero donde siempre se preservó el respeto, el rigor, el racionalismo y el laicismo. Valores que seguramente hoy conserva todo alumno que pisó esas aulas.

Años después fue mi turno de ser el extranjero. Pasé 7 años en el país que me educó. Viví mis primeros empleos en mi segunda lengua, tomé conciencia de la importancia de lo político con la llegada del Frente Nacional a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, me enamoré de mujeres frías, altas, delgadas, me emborraché con el vino de las uvas que recogí con mis propias manos en los Alpes, me moví por los mejores museos del mundo y también por los barrios marginados de una parte de la sociedad olvidad. Abandoné amigos entrañables y volví a mi país.

Hoy me duele mi segunda patria. Como muchas naciones, en eventos que ya parecen haberse vuelto pan de cada día, Francia acaba de ser golpeada por el terrorismo. Los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly sembraron pánico en la capital, tomaron rehenes y trataron de acabar con uno de los mayores símbolos de la libertad de expresión: Charlie Hebdo. Se fueron Charb, Tignous, Wolinski, Cabu y Honoré (entre otros). Hasta nunca ese humor ácido y corrosivo capaz de enfurecer hasta al más poderoso de los hombres.

Tras el duelo y la solidaridad llegó el análisis que ha hecho que varios medios acusen a Charlie Hebdo de racista, de islamófobo y radical. El New Yorker se refirió a los dibujantes como ideólogos y varios periódicos como NY Daily News y canales de televisión como ABC, CBS, NBC, Y FOX se negaron a reproducir en sus hojas o pantallas las caricaturas del Hebdo por considerarlas ofensivas. Ofensivas por supuesto, con los musulmanes que en este mundo moderno pretenden estar absueltos del derecho ajeno a la sátira. Me opongo. Si es cierto que Charlie representó y se burló de Mahoma. Pero también lo hizo del Papa Francisco, de los judíos, de Hollande, de Le Pen, de Sarkozy, de Miss Francia, de la crisis carcelaria, de Depardieu, de Bashar al Assad, de Johnny Holliday, de Obama y de Ben Laden. En Francia, y diría yo que en el mundo, de esa chillona y colorida tinta no se salvó nadie. Todo en un espíritu libertario que jamás permitió que se le pusiera límite a esa libertad de expresión que hoy parece tambalearse. La frase de Charb después que atacaran los locales del semanario con una bomba molotov en 2011 lo resume a la perfección: “prefiero morir de pie que vivir de rodillas”.

Sin embargo de rodillas parecemos estar. No es aceptar que nuestra libertad de decir lo que pensamos (sin hacer llamados al odio, al daño al delito como lo determina la Organización Foro de la Libertad) tiene límites, ¿una victoria para los radicales? ¿No es la auto censura una victoria del terrorismo islámico? Cabe recordar que a pesar de haber sido demandado en múltiples ocasiones nunca se consideró que Charlie Hebdo saliera del marco de lo que es permitido en ese derecho humano que es la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Y es que, creo yo, que los atentados en Francia no tratan simplemente de una cuestión de libertad de expresión. Creo que plantean, como ya lo han hecho en el pasado, preguntas mucho más fundamentales. Primero: ¿en qué mundo deseamos vivir? ¿En uno donde sea la evidencia y la razón la que pueda hacer avanzar el bien común, o en otro donde personas que llevan sus creencias a extremos tengan la potestad de decirnos como vivir, que pensar, que escribir, que imprimir, con quien follar y a que deidad adorar?

¿Vale la pena dejar de pensar y de publicar porque alguna minoría podría sentirse ofendida? Cuando a Charb, que era abiertamente ateo, se le preguntó por la ofensa que representaba para la comunidad musulmana la representación del profeta en una caricatura respondió: “pues sí, está bien que se ofendan. Yo también cuando voy a una iglesia y escucho todas las tonterías que dicen ahí adentro, me siento ofendido. Pero no es por eso que voy a ir a incendiar el edificio”. Justa medida, rigor, racionalismo. Porque a unos dibujos no se contesta con Kalashnikov!!!!!

¿No se siente usted ofendido por la mutilación de genitales femeninos en África? ¿Por el uso de menores en la guerra? ¿Por personas dispuestas a matarlo si usted no adopta sus creencias? ¿Por el adoctrinamiento infantil en las religiones? ¿Por los negacionistas del Holocausto? o ¿del cambio climático? ¿Por los fanáticos que adelantan en países desarrollados literales cruzadas para que se enseñe el creacionismo en las clases de biología? ¿Por políticos corruptos? ¿Por los falsos positivos y por los muertos con motosierra? ¿Por los estudiantes desaparecidos en México? Parece a veces que habría que redefinir el respeto.

Razones para ofenderse sí que las hay en este mundo. Muchas más que una caricatura.

Pero no, para algunos, en el siglo XXI un dibujo o una representación de un profeta o de una creencia sagrada es motivo suficiente para acabar con vidas inocentes. Por eso mataron a Theo Van Gogh en Holanda, por eso degollaron a Lee Rigby en las calles de Londres, por eso acribillaron a Charb. Y quien sabe que nos espera en el futuro (cercano). Pero a pesar que todos estos asquerosos crímenes se hicieron en nombre de un dios, y con el grito unísono de “Allahu Akbar”, continúa diciéndose que el Islam no tiene nada que ver con el problema. Y no, no estoy haciendo amalgamas. Se perfectamente que la gran mayoría de musulmanes son gente de bien, incapaces de cometer atrocidades en nombre de su fe. Pero cada que llega un atentado de este tipo los musulmanes dicen a una sola voz “no, ellos no representan al Islam”. Jamás hay autocrítica o introspección. Jamás se reconoce que hay un problema y que un monstruo crece en las entrañas de ese mundo.

¿Cuál es el problema? el mismo que tienen otras religiones: los textos sagrados están abiertos a la libre interpretación. De ellos pueden salir poemas, palabras de esperanza y caminos de bondad cuando se les busca, pero también justificación para los crímenes más atroces cuando esos versículos se encuentran. Y el que esté dispuesto a negarlo, debería simplemente leer unas cuantas líneas de Éxodo, Levítico o Deuteronomio. Sí, en este mundo hay personas deseosas de acabar con su vida y la de sus seres queridos porque usted no piensa como ellos. Bienvenido a una de los principales interrogantes de nuestro tiempo: ¿Pueden convivir las mentalidades de la edad de bronce con el armamento del siglo XXI? Lo dudo.

Y ahora son los cyber piratas de Anonymous los que han jurado venganza y prometen perseguir hasta el último terrorista. Casi que una imagen perfecta de la dicotomía de nuestra realidad. Enmascarados de la ultra modernidad contra encapuchados bárbaros salidos de la era cavernaria. Pero bárbaros con acceso y dominio de las tecnologías pues la red es su principal herramienta de reclutamiento.

¿Y Occidente en todo esto? De nuestro lado también se necesita introspección. Mirar un minuto hacia adentro significaría ver que la invasión ilegal de Irak, la presencia tropas en tierra musulmana durante años, la tortura sistemática de sospechosos en Abu Ghraib y en Guantánamo, la intervención francesa en Mali, los ataques drones en Afganistán que también han matado cientos de civiles… todo eso también ha contribuido a despertar el monstruo yihadista.

Sin embargo de este lado, los ciudadanos son inconscientes de las consecuencias de las políticas exteriores de sus naciones.

Sería tiempo de hacer un alto en el camino, de respirar profundo, de apagar los televisores y las radios, abrazar a los hijos y darse cuenta que la vida es preciosa y que debería ser el único valor sagrado. Porque siempre pensamos que el mal es para otros, hasta que la tragedia toca nuestra puerta. Desafortunadamente, eso no ocurrirá. Continuará creciendo el pánico, seguirán creciendo las amalgamas (en Francia ya se registraron disparos contra mezquitas y en Dresden los partidos anti islam ya salen a las calles por millares), mientras tanto los medios seguirán hablando de terroristas sin analizar el problemas más allá del punto de vista guerrerista.

¿Cuándo se habla de los problemas de integración de las comunidades musulmanes en Europa? Rara vez se menciona que Amedy Coulibaly estuvo en el Palacio del Elíseo en el 2009 con el entonces presidente Sarkozy pidiendo oportunidades laborales e intentando reintegrarse a una sociedad que seguramente lo rechazó.
Y sobre todo, ¿quién habla del fenómeno religioso? ¿Quién cuestiona que distintos tipos de fe crean tener la verdad? ¿Quién critica que distintos pueblos se sientan elegidos, hijos de dios, dueños de terrenos por derecho bíblico…? No… seguro que eso no tiene nada que ver con el problema…

Hay un gran elefante en la habitación. Dejemos de ignorarlo y mirémoslo de frente y a los ojos.

Se fueron artistas, se fueron críticos y se fueron guardianes de la libertad por el cañón de los que defienden las ideas sagradas e intocables. Y así seguiremos a no ser que todos seamos parte de una reflexión profunda. Mientras tanto, digo: NO, NO SE MATA POR UN DIBUJO. Y ante los que quieren imponerme qué pensar y cómo vivir les ondeo mi bandera de libertad, de escepticismo y razón. Esa bandera la pusieron en mis manos desde que llevaba pantalones grises cortos y camisetas blancas con un escudo de doble bandera. Y esa bandera será la que cubra algún día mi ataúd.

Libertad! Y los que no la defienden: JE VOUS ENMERDE! 

Por Felipe Stherental

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