Hoy sabemos dónde está Mocoa

Elisabeth Ungar Bleier
12 de abril de 2017 - 09:00 p. m.

Para bien o para mal, tragedias como la de Mocoa significan comenzar de cero y ponen a prueba la resiliencia de los afectados. Es decir, su capacidad de sobreponerse y recuperarse a pesar del dolor y de las pérdidas, sin perder las esperanzas de que puede haber un futuro, incluso un futuro mejor. Pero significan igualmente poner a prueba la capacidad del Estado, del sector privado y de la ciudadanía en general de contribuir a que esto sea posible y que los errores del pasado no se vuelvan a repetir.

Seguramente, hace algunas semanas muchos colombianos no sabían dónde queda Mocoa. Sin embargo, la avalancha que arrasó varios barrios de esta ciudad la puso en el mapa y en los titulares de todos los medios de comunicación. Esto debe ser un motivo de reflexión sobre lo poco que conocemos nuestro país, pero, ante todo, de aprendizajes para que la historia no se repita. Si bien las intensas lluvias fueron el factor desencadenante del desbordamientos de varios ríos y quebradas, que acabaron inundando barrios, arrasando a su paso lo que encontraban por delante, las causas son mucho más profundas y deben buscarse en un contexto político y social marcado por la pobreza y la desigualdad, la economía informal, el conflicto armado, el desplazamiento, los cultivos ilícitos, la corrupción y una débil presencia del Estado, que permitieron y condujeron a la proliferación de la minería ilegal y la deforestación de las cuencas de los ríos, sin que nadie hiciera nada, a pesar de las advertencias.

Uno de los mayores retos que enfrentan el Gobierno Nacional y las autoridades del departamento y el municipio es el manejo de los recursos que se destinen al proceso de reconstrucción. Es bien sabido que cuando se presentan desastres naturales, la corrupción puede convertirse en el mayor obstáculo, no sólo para que el proceso avance y se dé en un tiempo razonable, sino para reconstruir el tejido social y la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Estos elementos son fundamentales, porque sin ellos es muy probable que la historia se repita.

Así lo demuestran experiencias nacionales e internacionales. Haití es quizás el mejor ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas. A pesar de los incalculables recursos invertidos después del terremoto de 2010, provenientes de diferentes países y de organismos internacionales, a causa de la corrupción el futuro no parece haber llegado a esta isla caribeña.

La revista Cerosetenta se preguntaba evidentemente si habíamos aprendido algo de las tragedias de Armero en 1985, Páez en 1994, Armenia en 1994 y Gramalote en 2010. La conclusión es que, mientras en el primer caso, 30 años después, “Armero Guayabal siguió siendo un municipio humilde, donde la gente se queja de la falta de ayuda” y de las promesas incumplidas, el Eje Cafetero es un referente de un buen manejo a través del Forec. Además de transparencia en el manejo de los recursos, la inclusión y participación de los damnificados y de organizaciones de la sociedad civil fueron fundamentales.

Hoy, todos los colombianos sabemos dónde queda Mocoa. Y todos somos responsables de que las cosas se hagan bien y que historias como esta no se repitan.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar